¿LA CULPA DE TODO LA TIENE NUESTRO EGO?

Es muy común que leamos escritos, a veces publicados por gente sabia, a veces por gente no tan sabia, que culpa a nuestro ego por todo lo que no podemos hacer bien. Parece que encontrando un culpable ya hemos solucionado la situación, como si no pudiéramos mirar dentro de nuestro propio ser y hacer las correcciones necesarias. Y allá van los que no han entendido bien, repitiendo “sabiamente”… “es el ego”.

Si buscamos el significado de ego en Internet encontraremos que es, para la psicología, la instancia psíquica a través de la cual el individuo se reconoce como “yo”  y es consciente de su propia identidad.

Como toda característica o cualidad, el exceso o defecto de ella nos lleva al desequilibrio, por supuesto. Si nuestro ego es más grande de lo que correspondería a nuestra potencialidad, entonces nos traerá problemas. Se colocará por delante de nosotros y nos impedirá dimensionar la realidad de la vida.

Pero si ese ego no es suficientemente sustentado, entonces no sabremos quienes somos, no nos identificaremos, y no sabremos cual es nuestra posición en la vida ni cual es nuestra misión, por la cual vivimos y por cómo vivimos. Esto lleva a la persona a un estado de desconcierto que inclusive puede hacerla vivir en un constante estado de temor ante la vida. Es el caso, por ejemplo, de aquellas personas que han nacido al finalizar cada Signo, o sea, en el último grado de su Signo Astrológico, el último día de regencia de ese Signo.

Cuando uno le pregunta a estas personas de qué Signo es, responden: “no sé bien, algunos me dicen que Escorpio, otros que Sagitario”, por ejemplo, y explican “porque mi fecha de nacimiento es el 22 de noviembre” para nombrar un caso. Y del mismo modo, su identidad está confundida. Y no saben exactamente cuando su expresión es demasiado abundante o demasiado escasa. No reconocen su lugar.

El ego bien utilizado, entonces, nos permite pararnos firmemente en el lugar que nos corresponde, hacer cosas que sin ese ego no seríamos capaces, y a veces, hasta tomar decisiones extremas que pueden salvarnos la vida.

El ego, como tal vez una lapicera, puede servir para expresarnos tanto como arma para clavarla en el corazón de alguien y matarlo. No es ni bueno ni malo, es según cómo lo utilicemos.

A veces, una persona maltratada aprende a enarbolar su ego en defensa de su vida y entonces decimos que es muy difícil tratarla; claro, no mantiene el equilibrio en el uso de su ego. Pero si no hace eso, siente como que será aplastada por las presiones de la vida y de la sociedad, y lo emplea como mecanismo de superviviencia. Luego se acostumbra a que esa herramienta es la que lo saca de los apuros, y entonces, la tiene siempre a mano, por las dudas.

Otras veces lo desconoce por completo, y entonces la gente dice “qué humilde que es Fulanito” mencionándolo como una virtud, sin diferenciar que Fulanito sufre terriblemente porque se siente aplastado por el entorno y además, se autoconsidera sólo como una lombriz cruzando la carretera en el tránsito del mediodía. Y rogando que no lo  pisen, de allí que intenta tener un perfil tan bajo.

Como todo, entonces, es una cuestión de equilibrio. Y ya sabemos que los desequilibrios son extremos y que los extremos no son buenos, ni para con los demás ni para con nosotros mismos. Pero no le echemos la culpa al ego, porque todos tenemos una balanza impecable conocida como “conciencia”. Y si con eso no basta, tenemos un excelente profesor, el reflejo que obtenemos como realimentación de la sociedad.

Mi ego le envía saludos al tuyo… ¡Éxitos! Profesor Leo.

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