CUANDO LE HACES FRENTE AL MIEDO…
Cuando le haces frente al miedo de perder tu propio albedrío, vences a tu oscuridad.
Ejercemos nuestro propio albedrío cuando elegimos vivir circunstancias que suponemos que serán gratas y nos traerán cierto grado de satisfacción. El ser humano no puede dejar de buscar esa sensación de satisfacción que se logra cuando se ha realizado algo que se anhelaba profundamente.
La pregunta que hay que hacerse es: ¿Por qué se anhelaba?
La satisfacción momentánea que consigamos no quiere decir que ese logro tenga valor realmente positivo para nuestra vida; tal vez sea sólo un aprendizaje más, o puede que responda a un capricho de nuestro albedrío. Por lo general, cuando es así, no suele durar mucho ese estado y nuevamente sentimos la pulsión de algo distinto, o mayor, o que responda al interés del nuevo momento.
¿Nos sirve para crecer? Todo nos sirve para crecer, en tanto sea una experiencia que nos deje un aprendizaje. Generalmente, este aprendizaje servirá para referencia en el futuro, para buscar repetirlo o evitarlo, pero en tanto lo consideremos sólo un acontecer y no un trauma que quede reforzando el dolor que podamos llevar con nosotros, será positivo.
Sentimos que no podemos vivir sin tener ese libre albedrío que nos permite transitar por nuestra vida, de la forma que consideramos más apropiada.
¿Qué pasaría si algo o alguien amenazara a ése, nuestro libre albedrío? En primera instancia, sentiríamos miedo ante una situación en la que estamos obligados a hacer lo que se nos impone hacer y no lo que queremos. Lo segundo sería una sensación de impotencia, hasta de ira, dirigida hacia eso que nos obliga y no nos deja autodeterminarnos.
Y probablemente allí asome nuestra rebeldía, nuestra insatisfacción, nuestra oscuridad. Tal vez hasta sabemos que eso que DEBEMOS hacer es lo correcto, pero si no coincide con nuestro deseo, no deja de ser algo que nos gustaría poder evitar. Porque nos condiciona y no nos permite “ser libres”.
Tal vez hasta sentimos internamente una suave voz que nos indica una dirección, pero no, mejor seguir en la dirección que nuestra mente nos dice que es lo que nos traerá felicidad. Y esta otra dirección puede que no traiga un éxito ni una satisfacción, pero no importa, esta vez fallamos… ¡pero la próxima vez estamos seguros de que no será así!
Y seguimos intentando nuestra idea fija, dejando de lado y haciendo oídos sordos a esa “vocecita” que nos dice “no, es para el otro lado”. Y repetimos la experiencia, porque claro, ahora las condiciones son otras; y porque, bueno, ya sabes, a mí como hombre me gustan las rubias de ojos celestes, o si soy mujer, me gustan los hombres jóvenes de cabello largo y músculos marcados.
Y por eso insistimos, y también persisten nuestros fracasos. Porque ejercemos nuestro albedrío (lo que queremos) y no se nos da por pensar que tal vez nuestro Plan de Vida esté necesitando otro tipo de experiencia, ya sea para un aprendizaje importante o para sanar un viejo dolor, que nos impide salir del pantano y seguir adelante.
¿Y qué pasaría si por una vez dejáramos de seguir nuestra idea fija, nuestra obsesión, nuestro miedo a fallar y nos decidiéramos a darle una oportunidad a la vocecita, ésa que desde nuestro interior nos sigue diciendo “es por allí”?
No. Pero es que yo nunca hice eso, yo nunca he ido por allí, porque “no creo” que sea por allí…
¿Sabemos qué es lo mejor para nosotros? Bueno, salvo que nos conozcamos muy profundamente (que bajo los bombardeos constantes de las opiniones ajenas se vuelve muy difícil) o que hayamos comprendido o nos hayamos asesorado sobre nuestro objetivo y nuestra misión en esta vida, no lo sabemos. Tal vez tengamos una idea, pero no podemos afirmar que sea ciento por ciento correcta.
¿Y qué puede pasar si, aunque sea en este caso, por esta vez, dejamos nuestro albedrío mental de costado y decidimos hacerle caso a esa vocecita tenue (la voz de nuestro Yo superior)? Ah, no… porque tenemos miedo de equivocarnos. ¿Y cuántas veces nos hemos equivocado ya en esta vida? ¿Muchas veces? ¿Cientos de veces? ¿O mejor… ni intentar acordarse de cada una de ellas?
Si en lugar de miedo buscáramos dar paso a la curiosidad de saber qué pasa si por esta vez decidimos seguir ese impulso interno, al menos, ya podríamos haber dejado de ser esclavos de nuestro libre albedrío.
Analicemos estas palabras, aparentemente contradictorias: “Ser ESCLAVOS de nuestro LIBRE albedrío” ¿Somos ESCLAVOS de algo que pensamos que nos hace LIBRES? Sí, así es, ése es el precepto que nos han impuesto la sociedad, nuestras tradiciones, nuestra familia, nuestras creencias, nuestros miedos. TENEMOS QUE HACER esto o aquello, que se supone (porque los demás lo repiten constantemente) que nos dará la LIBERTAD, la felicidad y la satisfacción.
Porque si no lo hacemos así, tenemos miedo de que no resulte y entonces en lugar de una satisfacción seguramente vamos a tener una frustración. Porque “tomar Coca-Cola nos hace felices”… ¿No es realmente estúpido? Sí, sabemos que es estúpido, pero ejercemos nuestro libre albedrío de pedir que se nos sirva una Coca-Cola.
Así, estamos siguiendo al rebaño de cerdos que van al precipicio (como fueron lanzados los demonios por Jesús, para liberar a aquellos hombres), y por lo tanto, seguimos esclavos de nuestros demonios y de los demonios que los demás se encargan de asignarnos.
¿Cómo encontrar entonces a la Luz, cómo vencer a nuestra propia Oscuridad? Nuestra oscuridad está representada por nuestros antojos personales, nuestros caprichos sociales, todo aquello que nos promete felicidad pero que cuando lo obtenemos, siempre nos deja un sabor amargo de insatisfacción y nos pide más de lo mismo.
Es como una droga, como si nos hubiéramos vuelto drogadictos de seguir nuestro albedrío que realmente responde a intereses ajenos, o sea, que no es nuestro, y tampoco está impuesto para nuestro beneficio.
Si realmente nos soltáramos… a escuchar a nuestro interior, a nuestro cuerpo, a nuestra alma, a nuestras verdaderas necesidades, entonces, ya sin miedo, podríamos alcanzar otro estado, más libre, menos imperioso, más equilibrado… más satisfactorio, más cercano a lo permanente.
Y en ese estado suelto, libre de exigencias (aún de las nuestras), cuando nos encontramos a solas con nosotros mismos, sin que importen los tiempos, los deseos, las obligaciones… cuando logremos escucharnos, cuando consigamos vernos en nuestra realidad y nos saquemos esos anteojos de colores que nos han convencido de usar… ¿No estaremos venciendo a nuestra propia oscuridad?
Bendiciones. Leo
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