COMO QUERERSE A SÍ MISMO

Un caracol pequeñito tenía un dilema existencial; y decidió preguntarle a su madre caracola, que rondaba por las inmediaciones.
—Mamá… ¿Qué es más conveniente, estar adentro o estar afuera del caparazón?
—¿Y tú cómo te sientes estando adentro y estando afuera?
—Estando adentro me siento seguro, pero muy solo y vacío; estando afuera me divierte mucho ver todo lo que me rodea, pero tengo miedo.
No puedes estar adentro todo el tiempo, necesitas comer, necesitas mirar a tu alrededor para aprender. Tampoco puedes estar afuera todo el tiempo, necesitas dormir y estar seguro cuando algún merodeador te amenaza.
—¿Y entonces?
—Bueno, hay un tiempo para estar afuera y otro para estar adentro; sólo haciéndolo así vas a ir aprendiendo cuando tienes que entrar o salir del caparazón. No temas estar afuera, pero tampoco temas estar adentro. Sin embargo, no te acostumbres tanto a estar afuera, porque luego sentirás miedo por estar adentro, en tu soledad, con tu propio yo. Ese miedo es más grande que el miedo de estar afuera.

Hay mucha gente que sufre por lo externo, por lo que pasa afuera. Por la Ley de Atracción, atraes lo que sientes, lo que piensas, lo que tu campo energético proyecta hacia el exterior. ¿Quién no quiere estar rodeado de alegría, luz, bienestar, progreso, paz, armonía…? Creo que cualquiera en su sano juicio. Pero hay un obstáculo que a veces no deja que esto se manifieste.

Ese obstáculo puedes encontrarlo si vas a mirarte a los ojos en el espejo y te preguntas qué sientes. Necesitas también ir para adentro. También puedes preguntarle a la mirada del espejo si estás cumpliendo con el principio “amarás a tu prójimo como a tí mismo”. ¿Te amas a tí mism@? ¿O solamente amas a los demás? ¿Vives por el afuera o también sientes que vives cuando estás adentro?

En mi caso, aprendí a ser muy observador de las conductas humanas; me enseñan mucho. Miro lo que hacen los demás e inmediatamente me pregunto si yo lo estoy haciendo también. Para afuera y para adentro.

Si es algo incorrecto, enseguida busco dentro de mí para ver si está esa semilla y cómo puedo trabajarla y transmutarla, porque no es ni mala ni buena, es sólo energía, y depende de mí. Si es algo correcto, me pongo contento y feliz por esa persona y si no lo estoy haciendo busco inmediatamente cómo puedo imitarla, cómo puedo aprender de ella.

¿Qué estoy haciendo con eso? Ahora, cuando ya he pensado en mi familia, en mis hijos, en mis amigos, en mis alumnos, cuando ya he mirado mucho tiempo para afuera… ahora tengo tiempo para ir hacia adentro y pensar en mí. Ya he escrito libros, plantado árboles y tenido hijos, pero con eso no basta. Eso es lo de afuera. Hay alguien, un niño interior que a veces me reclama atención. Y cariño. Y comprensión. Y aceptación. Y eso es lo de adentro, que necesita de mi atención.

Y me dice muchas veces que ya basta de recriminarme por lo que hice o por lo que no hice, ya basta de hacerme problemas por lo que fue, por lo que es, por lo que será. Que es hora de ser feliz, pase lo que pase. Que ya basta de intentar complacer a todos porque ésa es una misión imposible. Me dice que sea feliz, no importa lo que pase. Que le dé la bienvenida a lo que viene y la bien-ida a lo que se va, pero que lo acepte, que fluya, que no luche contra la vida sino que no tema en acompasarla.

Es realmente sorprendente (y doloroso) observar cuánta gente no ha aprendido todavía a quererse a sí misma. Eso lo veo en mi consultorio, en la calle, en la TV, en los medios sociales, en el afuera. Quererse a sí mismo no es sólo ir a la peluquería a arreglarse el pelo. Tampoco rodearse de cosas materiales que por un lado facilitan la vida y por el otro, la complican. Tampoco darse todos los gustos que se pueda.

Amarse a sí mismo es preservarse de todo daño, no dejar que lo externo afecte a lo interno. Es mantener un pequeño jardincito con flores que sólo uno puede valorar, que sólo uno mismo puede ver pero que no importa si los demás no lo ven. Es cuidar esas flores, que pueden llamarse paz, alegría natural, diálogo con el niño interior, diálogo con el Yo Superior, es aceptarse tal como uno es, con los “defectos” que uno tiene (que dependen de sus creencias y del medio social, o sea, del afuera).

No es fácil aprender a quererse a uno mismo, porque el medio social nos exige que permanentemente estemos prestando atención a lo externo. Es el caso del caracolito que se ve motivado a estar pendiente del afuera, sin darse un tiempo de paz y reposo para sentir su propio latido, su propia tibieza, su bienestar de estar solo consigo mismo.

¿Piensas en tu familia, en tus amigos? Seguro que sí. Los amas y los cuidas. ¿Piensas en tus huesos, en tus órganos internos, tienes conciencia de que laten para que sigas vivo? Probablemente no. Así pasa con el Yo interior que todos llevamos dentro, no le damos la importancia que tiene para subsistir. No le dedicamos tiempo, no lo queremos como queremos a los demás.

¿Alguna vez has hecho una meditación intentando sentir cada parte de tu cuerpo que permanece dentro de la piel? Posiblemente nunca te lo hayas planteado, porque piensas que no lo necesita, que se maneja solo. Piensas que tu corazón, que tus pulmones, que tu organismo no necesita que lo ames. Así pasa con el ser que vive dentro de cada uno de nosotros. Necesita que tomemos conciencia de su existencia, de su paz, de su brillo, de su tibieza, que estemos felices de tan sólo ser.

A una persona que quise mucho, una vez le dije que se notaba que necesitaba quererse a sí misma. ¿Qué fue lo que entendió? Que debía ser más exigente respecto de los demás, que debían darle más de lo que le daban, que merecía más de lo que había recibido. Resultó peor el remedio que la enfermedad, para mi tristeza.

No pude hacerle comprender que me estaba refiriendo a su interior, que era necesario que le prestara atención, que lo cuidara como cuidó a sus hijos, que lo quisiera tanto como pudo haber querido a los demás, a su trabajo, a sus obligaciones. Y con el tiempo, se volvió una persona resentida y amargada al ver que lo exterior no la compensaba y no la reconocía. Y se olvidó de sí misma, de amarse, de respetarse, de aceptarse, de compensarse.

Ella de pronto comenzó a reclamar reconocimiento de los demás hacia ella, y como no lo consiguió, se sintió profundamente resentida. Mis preguntas entonces fueron: ¿Cómo pretendes que te reconozcan los demás si no te reconoces primero a ti misma? ¿Cómo pretendes que te quieran y te cuiden si no te quieres y no te cuidas a ti misma? ¿Cómo pretendes respeto si no comienzas por respetarte?

Bien, pues eso es quererse a sí mismo. Ser honestos con nosotros mismos tanto como lo podemos ser con los demás, y comprometernos con la vida propia tanto como lo hacemos con el bienestar ajeno.

Tomarse un tiempo para ir dentro del caparazón del caracolito a verse, a escucharse, a hablarse, a mimarse, a amarse y respetarse a uno mismo, a valorar lo que uno es, a apreciar lo que sea que somos. Estar atentos a nuestras necesidades vitales y a aceptarnos tal como somos, respetarnos y amarnos por ser quienes somos, seamos como seamos.

Sembrar todos los días una nueva semillita de amor para que crezca una nueva y hermosa flor dentro de nosotros, aunque nadie sea capaz de verla, eso no importa. Tal vez algún día alguien será capaz de descubrirla; ése será entonces nuestro/a hermano/a de la vida.

Dejar de lado los apegos externos para contemplarnos tal cual somos, y llevar nuestra propia exigencia al equilibrio, retirando los yuyitos que no dejan respirar con plenitud a nuestras flores, embellecer nuestro propio jardín, trabajar para volvernos mejores, más razonables, más libres, más capaces de mirar lo que sucede con sentido común.

También deberíamos aceptar nuestra verdad, nuestra realidad de hoy sin condenarnos por tal o cual defecto, sino, en su lugar, disponernos con amor a corregirlo… no por los demás, sino por nosotros mismos. Cuidar de nuestro propio jardín, de nuestros hábitos, de nuestra actitud tanto exterior como interior. Liberarnos de nuestros miedos, de nuestros prejuicios, sentirnos libres de pensar y mostrarnos en nuestra verdad, más allá de lo que importe que nos juzguen o nos condenen.

Salir de nuestro caparazón al exterior con la seguridad de haber comprendido quienes somos, de habernos conocido en nuestra intimidad, de habernos reconocido en nuestro valor como personas; y extraer de ese exterior lo mejor, lo más selecto, para sembrarlo en nuestro interior. Ver la luz que puedan tener otros y buscar nuestra propia luz y encenderla para que nos ilumine por dentro.

Esto implica dejar de sentirnos víctimas de la vida y aceptar de buen grado las exigencias, porque siempre algo bueno van a dejar en nosotros: fortaleza, seguridad, confianza, fe en nosotros mismos. Criticar y quejarnos menos de lo externo para volcarnos a la contemplación interior y si fuera necesario, corregir en nosotros eso que vemos incorrecto en el exterior; si todos hiciéramos lo mismo, nadie sería imperfecto, y el mundo sería nuevamente el Jardín del Edén.

También es muy importante que tomemos las riendas de nuestra vida, de ese modo, salga lo que salga, resulte lo que resulte, mejoraremos nuestra autoestima. Liberarse del temor, como el caracolito que se animaba a estar fuera de su caparazón para poder experimentar la vida y adquirir confianza en sí mismo.

Procurar alimentarnos y hacernos responsables de nuestra propia vida; lo único que el caracolito necesitó de su madre, fue su consejo, y eso era la única herencia que su madre le podía brindar, pero ese consejo era el secreto de llegar a ser un caracol adulto. Asumir riesgos para volverse experto y seguro de sí mismo, y no temer estar afuera ni tampoco estar adentro. Autovalorarse y conocerse, eso es amarse a sí mismo.

Cultivar tu brillo interior se traslucirá en el exterior, y sin darte cuenta combatirás la depresión, la ansiedad, el stress, los miedos. Sentir con pleno convencimiento que mereces, y entonces, como mereces, obtendrás, porque es correlativo. Y de a poco, dejarás de necesitar la aprobación de los demás, te importarán menos las opiniones de los demás, te sentirás más motivad@ para lograr tus objetivos, lograrás expresar tus opiniones libremente sin que te afecte (en mal o en bien) que los demás estén o no de acuerdo.

Toma las decisiones necesarias, sabes que tanto es necesario estar fuera del caparazón como adentro, en equilibrio; no pienses que no puedes, tienes que aprender a desafiarte y reconocer tus propios límites, emite amor tanto para afuera como para adentro de tu caparazón de caracolito, y verás que la vida toma otro color, y aprenderás a amar la vida porque has aprendido a amarte a tí mism@.

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

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