CUANDO HACES ALGO POR UN SEMEJANTE
¿Cómo te sientes cuando haces algo por otra persona? ¿Qué es lo que te motiva a hacer algo por un semejante? ¿Dices que lo haces porque sí? Ningún ser humano hace algo porque sí, siempre algo debe impulsarlo, estimularlo, motivarlo; porque hacer algo concientemente, cualquier cosa por pequeña que sea le insumirá necesariamente cierta energía ya que debe poner su atención y su voluntad en ello, y el sistema inconsciente que gestiona la energía humana está programado para el ahorro de energía por cuestiones de supervivencia, por si acaso esa energía deberá ser utilizada más adelante.
Esto nos dice que siempre debe haber alguna razón, conciente o inconciente, de tipo material o espiritual, intelectual o emocional, para que alguien haga algo, tome una decisión y emplee su energía en determinado fin. ¿Un filántropo ayuda con sus medios y su dinero a una causa porque sí, o porque eso le produce alguna devolución en su sentir personal? ¿Acaso ayuda sin mirar a quien, sin que importe que así financia a un grupo de terroristas, o una banda de delincuentes… y lo hace porque sí?
Cuando haces algo por un semejante hay varios componentes a tener en cuenta. Para comenzar, “un semejante” implica alguien que se asemeja de algún modo a tu persona, a tu forma de vivir, a tu forma de pensar, que está relacionado visible o invisiblemente a tu persona, con quien te sientes identificado, o con su necesidad, o con su dolor. Alguien que te llega y te moviliza.
¿Contribuirías, por ejemplo, a la campaña electoral de aquel que no consideras apropiado para gobernar o que forma parte de una agrupación contraria a tus principios y valores? Más bien, te sentirías más a gusto ayudando a alguien con quien te empatizas, con quien existe algún tipo de sintonía, o al menos con alguien contra quien no tienes ningún tipo de contradicción grave.
¿Y por qué lo haces? Ésta es la gran pregunta. Una pregunta que tiene varias respuestas, por ejemplo: porque sientes el impulso de hacerlo, y al hacerlo, eso te hace sentir bien (o sea que en cierto grado lo haces también por tí y no sólo por ese alguien). También puede ser que lo hagas para no sentirte mal después, por no haberlo hecho, en cuyo caso, también lo haces por ti.
Siempre que una persona hace algo por otro alguien, voluntariamente, está satisfaciendo su propia necesidad de entrega y cuando lo hace para otro, también importa lo que él piensa que sería la satisfacción del otro, pero siempre está presente su propia satisfacción. Esto no siempre resulta bien, (por ejemplo con nuestros propios hijos) porque a veces insistimos en dar pan al sediento y agua al hambriento.
¿Le regalarías un hermoso peine a quien está totalmente pelado? ¿Sentirías satisfacción en ello, salvo que sea una broma a alguien conocido, para reírse juntos un momento? Ya te acabo de dar una buena idea para el cumpleaños de alguien cercano…
Puede que el dador sea una persona que tiene una gran vocación de servicio, lo que estará expresado claramente en su Carta Natal, y eso es lo que lo moviliza hacia ayudar; porque su propia naturaleza se lo exige, es su forma de expresarse, necesita eso porque es su manera de quedar satisfecha consigo misma. Pero aún en ese caso, la persona está expresando sus potenciales de la forma en que sabe manifestarlo: haciendo algo por otro, y por ella misma.
La persona con tal vocación de servicio se siente mal si comprende que pudo ayudar y no lo hizo, y se siente confortada cuando hizo algo que comprobó que ayudó a otro, por lo que tenemos allí una pulsión debida a dos fines: uno, sentirse bien por haber ayudado, y el otro, no sentirse mal por no haber ayudado. Éstas son las eternas motivaciones entre las que siempre se debate el ser humano: el placer y el dolor.
Esto implica un camino de aprendizaje en la persona, y a la vez, un disfrute personal porque al expresarse siente libertad y calma su ansiedad provocada por los potenciales internos que la determinan a eso y la movilizan en ese sentido. Siente la necesidad de hacerlo. Pero también implica un cierto gasto de energía que no siempre la persona comprende que debe compensar en su interior: esta falta se nota cuando expresa con sentimiento: “Yo siempre estoy cuando me necesitan pero cuando yo necesito, no hay nadie cerca de mí”.
Esto revela que el individuo es conciente de lo que da y de lo que recibe, pero que en algún momento espera la retribución, siendo que solamente debería confortarse con lo que ha dado y ni siquiera recordar qué fue ni a quien lo dio, si lo hubiera hecho solamente por amor. El sentirse inundado de amor y compasión por otro ser humano es una enorme gratificación, tal vez la más complaciente y debería ser suficiente compensación.
Por eso es importante que dejemos algo en claro: hay que aceptar que cuando hemos dado algo, ese algo ya salió de nosotros y ya no es nuestro, por lo tanto, representa un desprendimiento material o espiritual que se ha ido. Tal vez hasta deje un vacío en nuestros apegos. Debe existir una compensación a ese hecho, para que la transacción sea completa y la persona no se sienta mal, y se trata de lo que experimenta el que ha dado, cuya magnitud a veces es dependiente de lo que sienta quien recibe y otras veces no.
Por ejemplo, imagina que simplemente entras a un negocio, sonríes y saludas… y con eso ya es suficiente para que te sientas bien, sin esperar a que te sonrían y te devuelvan el saludo: si lo tomas así, eso significa que has madurado, y que has aprendido mucho. Si no te han retribuído, no han cerrado su parte de la transacción, pero eso no te importa porque tú mismo/a te has encargado de hacerlo: te gratifica el haber cumplido, el haberte brindado; allá ellos si no lo aprecian o no lo entienden.
La transacción directa entre ambas partes no se ha completado, pero eso no te afecta; diste pero te compensaste, aunque ningún otro te compensó. Te sientes bien porque has hecho lo que consideras correcto y has entregado un gesto de amor de tu parte (lo que debería ser más que suficiente), siendo que lo más común sería que al no completarse la transacción la persona se sintiera defraudada o peor aún, molesta al grado de cambiar inmediatamente de actitud hacia la disconformidad.
Pero, a ver, piensa por un momento. Saliste con el sol alumbrándote el camino (la sonrisa, el saludo, la intención de brindarte) y… ¿has dejado que el silencio y la apatía de otros te hayan nublado tu cielo? No, no deberías permitirlo, porque solamente tú eres el dueño de tu sol, el dueño de tu sonrisa, de tu actitud. No deberías entregar tu poder al entorno; nadie debería tener predominancia sobre el estado de ánimo de uno, si es que realmente uno es dueño de sí mismo.
Tratando de resumir el tema, podría decirse que cuando se entrega o se hace algo para otra persona, o un ente vivo como puede ser un animal, una planta o hasta la Naturaleza misma, es decir, cuando hacemos algo por alguien o nos desprendemos de algo valorado por nosotros, hay que comprender que ese algo ya no nos pertenece si es que en verdad lo entregamos.
Y por lo tanto, su destino ya no debería importarnos, porque la compensación estaría en el amor del cual hemos participado cuando la entrega ha sido completamente desinteresada.
Si nuestro gesto es apreciado, valorado, ignorado o despreciado, ya no debe tener importancia para nosotros, porque ya no forma parte de algo que sea nuestro, ahora es una cuestión del otro, es una prueba que el otro debe superar.
Por ejemplo, es muy importante aprender a decir “gracias” pero también es importante aprender a que no nos afecte el no escucharlo del otro cuando el otro debería decirlo; al contrario, deberíamos sentir amor por él al comprender que el otro aún está marchando tibiamente en el camino de comprender. Tal como lo que sentimos cuando vemos a nuestro hijo dar sus primeros pasos de tropiezo en tropiezo: no está fracasando, está aprendiendo.
¿Qué nos debe retribuir, entonces? La satisfacción de haberlo cedido, simplemente; o tal vez, ni siquiera eso. Lo importante es que en el medio de ese proceso haya estado presente el amor, y tal vez más importante es que lo que haya sido cedido, se haya brindado con una porción de amor incluída.
Hemos cumplido con lo que sea que nos impulsó a hacer algo por alguien, y eso debería ser más que suficiente como retribución. Si lo hicimos por amor, ese sentimiento de amor debe ser más que gratificante por sí mismo. ¿Te duele que lo hayas hecho por amor y nadie te lo reconoció? Pues entonces, disculpa mi franqueza, pero no lo hiciste por amor.
Entonces, es importante recordar que cuando hacemos algo por alguien (salvo que haya un interés de por medio, en cuyo caso se trata de un negocio) ese “algo” ya salió de nuestras manos, ya no es nuestro, su destino y su fin ya no debe importarnos, dado que, de un modo u otro, en la mecánica de la vida, al abrir la mano para dar, la estamos dejando lista para recibir cuando soltamos lo que teníamos en ella.
Es el típico caso de la madre que reclama a su hijo: “Yo te he dado la vida, te lo he dado todo… ¿Y así me pagas?”. Bueno, disculpe señora, pero entonces usted no estaba dando, usted estaba invirtiendo, y ahora reclama su retribución, que le paguen con intereses; usted lo habrá dado todo, tal vez, pero ahora, entonces, está borrando con el codo lo que ha escrito con la mano.
Si lo dio con amor, ahora no puede reclamar nada porque usted ya recibió su parte: el amor que la rodeó cuando lo estaba dando. Puede pedir ayuda, pero no reclamar, ni quejarse ni sentirse víctima; eso no sería justo. Reclamar en este caso, sería manipular, y manipular no tiene nada que ver con el amor.
En concreto, cuando uno está compartiendo, cuando uno hace algo por un semejante, lo que lo hace grande es el amor que pone en ello; la satisfacción de saber que uno es completo, que es un ser que puede sentir amor y expresarlo, “soltarlo al viento como el aroma de una flor que invade la montaña” (palabras inducidas por mis Guías). No es importante lo que das cuando das; sino con qué porción de amor lo haces. Solo eso; se trata de amor, y nada más ni nada menos que eso.
El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo
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