¿ESTAMOS PERDIENDO LA CONCIENCIA DE LOS LÍMITES?
Continuando con la segunda parte de:
¿COMO DEJAR DE SER JUGUETE DE NUESTRAS EMOCIONES? Parte 1
Gradualmente vamos comprobando desde hace años, ciertas conductas sociales cada vez más fuera de lo normal. Si bien esto se va acrecentando en forma lenta, constituye un peligro tal como encender un cigarrillo en una estación de servicio expendedora de nafta, por lo que para quien lo alcanza a ver claramente, constituye no sólo una preocupación sino una grave amenaza latente.
Maltratos, insultos, discusiones, peleas a veces sin razón, expresiones de violencia gratuita, homicidios sin ningún sentido… todo esto nos está indicando que hoy en día a las personas en general cada vez les cuesta más controlar sus emociones, o bien, hacen caso omiso de las señales de control.
Por supuesto que no somos todos iguales; hay ciertas personas cuya Carta Natal muestra una gran dificultad de control de sus emociones, mientras otras poseen naturalmente un gran control sobre las mismas. Fácilmente puede establecerse cuando una persona actúa en forma descontrolada o bien, intencionalmente, o premeditadamente.
Lo importante y rescatable de todo esto es la oportunidad de aprender a autoeducarse en el control de las emociones desbordadas. Este autocontrol, puede aprenderse en forma gradual y es generalmente la sociedad, o bien nuestro entorno, quienes condenan ciertas actitudes que podamos tener y esto es un llamado de atención a que existen ciertos límites a partir de los cuales no se debería pasar. Se trata de un mecanismo de retroalimentación, que puede resultar tanto positivo como negativo dependiendo de cómo se ejerza.
Es decir, entonces, que nuestro entorno, nuestra familia, nuestras amistades, las demás personas de la calle nos están dando señales permanentemente para que nos eduquemos en el buen sentido. Sin embargo, los límites, las buenas costumbres, el respeto por lo ajeno, son parámetros que gradualmente con el tiempo se han ido corrompiendo.
La palabra “corromper” significa básicamente alterar la esencia natural de algo; corromper los valores éticos y morales significa echar a perder su esencia primordial y tradicional. En otras palabras, la sociedad misma está dejando de enviarle esas señales de “incorrecto” cuando la persona se desborda de sus límites sociales naturales. Pareciera que esto sólo merece el consabido comentario: “¡Qué barbaridad!” y todo queda allí.
Cuando la persona libera sin control sus emociones, sumado a que los demás no lo corrigen apropiadamente para que entienda que no se puede dar el lujo de comportarse así, corrompe a la sociedad, mientras que por formarse un círculo vicioso, la sociedad corrompe al individuo. Esto se ve principalmente cuando surge algún alienado que pretende imponer determinados conceptos o conductas descontroladas o antinaturales y nadie se lo impide ni le reclama, simplemente encogiéndose de hombros.
Una muestra clara de esto es por ejemplo, los casos reiterados en que los curas pedófilos han violado y sodomizado a niños y adolescentes carenciados o con alguna discapacidad, mientras su máxima autoridad, el Papa de la Iglesia Cristiana, mira para otro lado sin darle importancia y sin tomar las medidas que su investidura le imponen como responsabilidad.
Esto ya pasa del descontrol a la desvergüenza, a la corrupción, a la hipocresía; haciéndose quien permite por falta de respuesta, acreedor a la falta, en el carácter de cómplice de un delito grave. La sociedad debería reclamar el juicio y la prisión para esta figura de asociación ilícita, porque “el jefe” sabe perfectamente lo que hacen sus subordinados y así lo reconoce, pero allí sigue él sonriendo imperturbable en su trono, hablando de paz y amor.
En resumen, la corrupción de los parámetros sociales se debe a la aceptación que la misma sociedad permite. De algún modo, todos parecemos estar inmersos en la responsabilidad, ya sea por hacerlo o por dejar que se haga.
La persona desubicada que se comporta inadecuadamente no recibe la realimentación, o a veces, la condena o el castigo proporcional a la falta cometida, lo que le hace percibir que puede trascender cualquier límite legal, ético o social, sin que ello implique ninguna clase de perjuicio personal.
Las leyes y los reglamentos deberían poner límites a estas aberraciones de manera que el individuo infractor aprenda que no puede salirse alegremente con la suya; si esto no se lleva a cabo concientemente, estaremos perdidos como sociedad y como especie.
Otro ejemplo, es cuando los padres de los niños suelen festejar cuando sus hijos trascienden los límites naturales, en la insensata creencia que su hijo es “un privilegiado” porque se atreve a enfrentarlos, lo que los envanece y se ufanan de “la hazaña infantil”sin darse cuenta que el niño tiene el derecho de probar hasta donde se extienden sus límites para así ir formando su conciencia como integrante de la sociedad, y que es el deber de los padres enseñarle donde están exactamente esos límites.
Hoy en día los niños toman el control de las conversaciones gritando más fuerte, presionan a los adultos sobre las decisiones en los hogares, manipulan los procesos naturales de la familia, y se adueñan del concepto de obligación y responsabilidad que deben tener los padres para educarlos y encauzarlos en forma apropiada en sus expresiones.
El centro de control de las emociones y los comportamientos de cada nueva generación deja entonces de funcionar adecuadamente, empeorando porque no tiene “datos válidos precedentes” en los que basarse.
Naturalmente todos sabemos que si no marcamos correctamente el número de teléfono de un amigo, será imposible comunicarse con él; del mismo modo, si a este centro de control no se le establecen los parámetros correctos, al no tener referencias válidas, dejará de cumplir su función moderadora o bien, la cumplirá parcial o erróneamente.
Por ejemplo, años atrás, robar era un delito muy mal mirado por la sociedad; en los países orientales fundamentalistas, hasta motivaba que se le cortara la mano al ladrón. Hoy robar es apenas “una picardía” raras veces condenada. En su lugar, en vez de robar, los delincuentes han tomado como muy natural asaltar, es decir, a arrebatar por la fuerza o la violencia. Ya estamos aceptando eso como diariamente normal y todos, de un modo u otro se ven obligados a admitir resignadamente la posibilidad de ser asaltados.
Pero ya no basta con asaltar; los delincuentes simplemente aprietan el gatillo dado que si no se les da lo que piden, o simplemente porque no les gusta la cara de la víctima, la asesinan. Faltan parámetros, límites, códigos. En Nueva York, EEUU, es sabido que si una persona sale a la calle en zonas marginales, al menos debe llevar consigo un billete de 10 dólares, porque si lo asaltan y no tiene dinero, muy probablemente le quiten la vida.
Y su victimario actuará concientemente contra él no por el dinero, sino porque ya se ha establecido el código no escrito que al menos debe tener consigo ese dinero para que el asaltante pueda comprar una mínima dosis de droga, y la víctima no está cumpliendo con “el pacto implícito” de llevar por precaución los 10 dólares. Y por lo tanto, merece el castigo; no sirve, y entonces, debe ser eliminado para que otros aprendan.
En Argentina, vemos por TV, en videos, desfalcos de millones de dólares, y sin embargo, la Justicia (tal vez debería escribir sólo “justicia”, porque ha perdido su halo de respeto) demora años en tomar las medidas necesarias para encarcelar al responsable y recuperar el dinero, muchos de ellos, riéndose impunemente por tornarse inalcanzables.
El verdadero problema reside en la realimentación negativa: cuando el ciudadano se convence de que la ley y el orden no van a defenderlo, decide tomar su defensa y su justicia por mano propia; es decir, un sistema corrupto corrompe a la persona sana, y ésta a su vez, da el ejemplo para que otras personas sanas se corrompan y cunda el mal ejemplo en la sociedad.
Para finalizar, es absolutamente necesario que cada uno de nosotros tome la real conciencia de que hay ciertos límites que no deben trascenderse, ya sea tanto tirar un papel en la calle, como matar a otra persona. Están faltando los límites del respeto por la propiedad, por los derechos y por la vida humana, lo que motiva que el centro de control de cada persona se elastice en sus fronteras, y de a poco la sociedad en conjunto vaya adentrándose en el caos y en la primitiva ley del más fuerte. ¿Estamos evolucionando o estamos involucionando?
En realidad, la observación del caos que va aumentando debería llevar a la decisión de una re-estructuración inmediata, que es justamente lo que se pide con estos cambios en este tiempo. Las viejas barreras están cayendo lentamente, pero en forma inexorable; no es suficiente con aceptarlo sino que es necesario reformarlo y actualizarlo, y fijar nuevos parámetros acordes con el cambio pero sin que se pierda la esencia humana.
Hasta que todos los individuos no tomen conciencia de este nuevo momento y sus responsabilidades, tanto las transgresiones debidas a las emociones descontroladas como el delito conciente y perverso, irán creciendo y absorbiendo poder por encima de los derechos de las personas.
Por lo tanto, uno de las tareas para el hogar de la que deberíamos responsabilizarnos cada uno es reforzar y establecer claramente los límites de nuestro centro mental de control, para que el centro responsable de nuestras emociones no se convierta en un caballo desbocado y sin jinete. De suceder esto último mencionado, estaremos cavando la tumba de nuestra civilización.
El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo
Suscribiéndote al blog (sólo nombre y casilla de mail) recibirás de inmediato cada artículo que se postee en el mismo y así podrás decidir si te interesa y al clickear en el mismo te llevará directamente al blog para leerlo.
Si te ha resultado atractivo este artículo puedes compartirlo libremente en tus redes sociales citando la fuente de origen, o bien, comparte el enlace al blog: www.elsenderodelser.com a tus amigos y a quienes puedan interesarles los temas tratados.
www.elsenderodelser.com – www.profesorleo.com.ar – profesorleonqn@gmail.com