¿HASTA CUÁNDO EL HOMBRE VIVIRÁ EN GUERRA?
“Una simple hoja que cae al suelo estremece al otro extremo del universo” solía decir Isaac Newton, el famoso físico y filósofo inglés.
Cuando dejas caer tu hoja, en los primeros momentos de la mañana cuando te despiertas, ésos son los más propicios para entablar el diálogo con tu Ser Interior, o bien, si lo deseas, con tus Guías Espirituales. Suele ser por algunos breves momentos especiales, en la transición sueño-vigilia.
Por eso hoy, justo al despertarme, pensando en los ruidos de guerra que se están haciendo cada vez más cercanos, pregunté… ¿Hasta cuándo habrá guerra en el mundo? Y sin demora, como es habitual, Ellos me respondieron:
“Hasta que el Hombre comprenda que la energía del combate debe ser dirigida en contra de sus propios defectos, y en favor de desarrollar nuevas virtudes”.
No pude dejar de escuchar repetidamente estas palabras en mi mente que medio dormida, había quedado impactada por esa precisión y esa contundencia acostumbrada cuando Ellos responden, y entonces decidí reflexionar sobre el tema.
Esa transición de contacto es el momento preciso en el que estás saliendo del mundo de los sueños y estás entrando en el mundo virtual de la realidad, cuando pasas a tomar la conciencia física de La Matrix en la que te verás envuelto durante el resto del día, y mientras sales del estado Theta o Delta del sueño y pasas por el estado del trance denominado ALPHA que utilizamos los terapistas para realizar regresiones.
Momento en el cual dejas el contacto con lo onírico, y te pones de pie para enfrentar los desafíos de las 3D, y justo en ese instante de cruce, tus sentidos espirituales están frescos, receptivos y atentos para escuchar las respuestas a aquellas preguntas que han dado vueltas por tu mente física en otros instantes o bien, tal vez en el día anterior.
Este contacto es la única realidad de que dispones en tu cotidiano vivir, siendo que todo lo demás que te rodea es solamente una percepción subjetiva de los campos generados por tu propia conciencia.
Porque tu entorno cotidiano resulta ser parte de un cuadro que vienes dibujando, pincelada a pincelada, con cada pensamiento, con cada acción en la que has puesto lo mejor o lo peor de tu persona, donde has dejado impresos los rastros de tus miedos, de tus creencias, de tus esperanzas, de tus amores.
Todo aquello que consideras como que es real, que te afecta, que te inspira, que te moviliza, son solamente estímulos que a veces interpretas como externos pero que han sido creados o atraídos por lo interno de tu persona.
Representan inducciones que buscan permanentemente llevarte por el camino de aquel aprendizaje que has diseñado en tu Anteproyecto de Vida, cuando estabas “suspendido” entre dimensiones y a punto de bajar y encarnar en estas 3D para poner a prueba tus condiciones como ser humano y a la vez, como ser espiritual. Es decir, antes de que nacieras a esta encarnación actual.
Lo que hoy estás viviendo, ya sea considerado como “bueno” o como “malo”, como “buena suerte” o como “mala suerte”, son solamente consecuencias de los intentos en los que has involucrado tu energía, para lograr hacerte de experiencia y de sabiduría. Y ellos no son ni buenos ni malos, ni para suerte ni para desgracia, son solamente como ladrillos que vas poniendo al construir las paredes de tu vida en este plano, el plano de la experiencia.
Lógicamente, como todos, ya sabes construir a la perfección en el otro plano, mediante la energía del pensamiento, pero es necesario que encarnes para experimentar si eso mismo puedes llevarlo a cabo en el plano material, en esta otra densidad, en tu camino hacia la Maestría.
Es decir, ocupas tu energía todo el tiempo, ya sea para invertirla en actividades constructivas o bien, destructivas, en momentos de paz o en momentos de guerra, en hechos felices o infelices, y a nadie deberías responsabilizar sino a tu propio desempeño.
Pero sin calificarlo al grado de sentirte culpable si no has acertado, aún cuando tenías tu mejor intención. No sirve que te condenes ni que te crees una culpa, pero sí debes necesariamente hacerte cargo de los resultados y responsabilizarte por ello, teniendo conciencia clara de que has estado involucrado en el hecho.
En otras palabras, tanto tú como yo, como todos los demás, estamos favoreciendo la paz, la felicidad, el bienestar, o bien la guerra, la tristeza, el dolor. Y lo estamos haciendo mediante los campos emitidos de nuestros pensamientos, de nuestras acciones, de nuestras intenciones.
Y raramente ponemos atención en que todos, de algún modo, actuamos como soldados. Que formamos un ejército que tanto puede unirse para lograr una sanación, como para fomentar el odio y la guerra. Pero la diferencia es que no seguimos concientemente órdenes externas, sino que solamente plasmamos lo que sentimos, lo que pensamos, lo que soñamos, cada uno de nosotros por nuestra propia voluntad.
Cabe decir que tampoco le prestamos mucha atención a los influjos de ese Inconciente Colectivo definido por Carl Jung, pero que induce subliminalmente a todos los seres humanos del planeta, en el sentido en el que está programado el avance de la civilización.
Y también, existe una verdad, ciertamente obvia, de que no habría guerra si no hubiese soldados dispuestos a llevarla a cabo; es decir, si esas energías y capacidades adquiridas las volcáramos a formarnos en todo lo que nos fuera funcional, es decir, en aquello que nos proporcionara beneficio, paz, alegría y bienestar.
Que podría ser posible en tanto encamináramos nuestra energía hacia perfeccionar nuestras virtudes y aún, a desarrollar otras nuevas, a aprender todo aquello que nos sirva para construir y no para destruir, suponiendo que hablemos de la armonía en nuestro entorno, de relaciones afectivas, de campos energéticos de amor, que sin darnos cuenta, estamos regando por el éter que rodea a todo el planeta.
Nosotros proveemos el combustible de lo que sucede en este plano y aún en otros; ese combustible es la suma de toda la energía humana, que puede ser utilizada, y de hecho que lo es, en fines diversos que no siempre son confesables.
Se ha comprobado indiscutiblemente la fuerza que tiene la unión de voluntades, ya sea para el bien o para el mal. Eso es fácilmente perceptible en ciertas fechas como la Navidad, por ejemplo. Nuestras voluntades hacen la paz o hacen la guerra; por eso, cuando nos horrorizamos de los efectos de la guerra no deberíamos pensar que hay otro alguien que es tan dañino como para cometer tales atrocidades, sino que nosotros mismos somos los que no hemos sido capaces de impedirlo, dirigiendo nuestras energías hacia el amor, en lugar de cederla al sistema.
La vida es impersonal, no tiene un propósito determinado más allá del que le demos cada uno de nosotros. La vida nos provee de ladrillos y de mezcla como para que nosotros construyamos un hogar, una cárcel, o un búnker de guerra, dependiendo de nuestra intención.
Nuestra intención resulta ser creadora, capaz de dirigir esa energía y de plasmarla en hechos o en objetos. Esos hechos o esos objetos serán tan maravillosos o tan perversos, como lo haya sido la intención con que los hemos creado, porque es el reflejo materializado de la misma.
La guerra es una consecuencia de estas intenciones y de estas voluntades. ¿Y por qué se producen los horrores de la guerra? Porque siempre dejamos que alguien aproveche esas energías dispersas que no hemos sido capaces de plasmar en algo bueno, y las manipule hacia el enfrentamiento cuando no hemos podido crear el entendimiento necesario como para evitarlo.
Por eso resulta más peligroso aquel que no es conciente de dirigir su energía, que quien lo hace concientemente, porque la energía del “no actuante” es aprovechada por otro, dirigida según sus propias intenciones. Importa tanto el que hace, como el que no interviene y cree no participar, porque deja hacer, cediendo inconscientemente su poder a un tercero para que el otro haga lo que quiere con ese poder.
Por ejemplo, cuando no logramos aceptar y comprender a nuestros semejantes, se da lugar al desencuentro, y del desencuentro al conflicto, sólo hay un paso. La guerra es la muestra evidente de nuestra incapacidad de utilizar esa energía en algo constructivo y beneficioso para nosotros y para los demás.
La violencia se genera a partir de la energía humana propia que utilizamos en procesos disfuncionales que no nos favorecen en conjunto, y que dejamos a disposición del sectarismo, del odio, del sufrimiento, del negocio del armamentismo.
La guerra puede que físicamente la estén haciendo otros, pero la materia prima, la energía para que se produzca, es suministrada por cada uno de aquellos que no están dispuestos a aceptar ni a comprender a sus semejantes, porque no los consideran como semejantes sino como antagonistas, siendo que todos estamos sentados en los mismos bancos, de la misma aula de lo que llamamos “la existencia”, ante los mismos Maestros.
Por eso, Ellos me han respondido esta mañana que siempre existirá la guerra… “Hasta que el Hombre comprenda que la energía del combate debe ser dirigida sólo hacia luchar contra sus propios defectos y en favor de desarrollar nuevas virtudes”.
El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo
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