LOS INFINITOS CUERPOS DEL SER HUMANO, Parte 1 de 2

Estamos acostumbrados a decir “mi cuerpo” refiriéndonos a nuestro envase físico dado que estamos considerando una sola manifestación de nuestro cuerpo: la forma física, la que vemos, la que tocamos, la que se refleja en el espejo, la que envejece, la que es frágil, la que se modifica constantemente, la que vive, la que muere.

¿Es posible que seamos poseedores sólo de este único cuerpo que hoy habitamos? Desde siempre hemos dado por sentado que antes de la concepción en el vientre materno “no teníamos cuerpo” y que luego de la muerte, mejor llamada “la transición”, ese mismo cuerpo dejará de estar animado y se descompondrá.

¿Qué somos, en realidad? ¿Sólo ese cuerpo que vestimos cada mañana para salir a la calle? Nos pasan muchas cosas en el día, y la mayoría de ellas no las experimentamos sólo con los sentidos del cuerpo físico, sino con otro componente más sutil, que algunos llamarán el alma, el corazón, los sentimientos, el cuerpo emocional.

¿Y qué pasaría si nuestro “yo” estuviera compuesto por capas, como una cebolla, una capa dentro de otra? En principio, suena incoherente. Sin embargo, hay que reconocer que ese “yo” es muy complejo, y por lo tanto, no puede estar formado sólo por lo visible y lo palpable. No sómos sólo “lo que han hecho de nosotros”, como decía J-P Sartre. Hay pruebas de ello.

El cuerpo físico, mientras está en vida, está animado por un espíritu que le da esa vida, que le permite estar animado, que lo “anima” y que suele llamarse “ánima”, palabra que con el tiempo se ha ido transformando en “alma”.

Más allá de la conciencia física mental, el alma es otra clase de conciencia que trasciende los límites de la mente racional y que a través de Regresiones Hipnóticas y de Lecturas de Registros Akáshicos, podemos comprobar inequívocamente que tiene una muy larga trayectoria y una perfecta continuidad, durante siglos, desde tiempos aún más antiguos que los de Cristo, y que utiliza al cuerpo físico como vehículo en cada encarnación.

Según las filosofías orientales, y algunas occidentales muy antiguas y secretas, estamos formados por varios cuerpos interpenetrados. Se suele hablar de siete cuerpos, como los colores del arco iris.

El alma, aún prácticamente intangible, forma parte de un cuerpo dentro (y aún fuera) de nuestro cuerpo. Se ha pesado una diferencia instantánea de la pérdida de unos 25 gramos entre una persona a punto de morir y luego del momento de su muerte. ¿El peso del alma?

En realidad, podemos considerar a nuestro cuerpo total como formado por infinitos cuerpos, y aún, hasta la misma alma estaría formada por estratos, cada uno de ellos con un grado de conciencia formando parte de una conciencia total, vibrando en distintas frecuencias en perfecta continuidad como los colores del arco iris.

Remitiéndonos a la Física pura, comprobaremos que todo lo que ocurre, ya sea físico o químico, se debe a interacciones entre partículas muy pequeñas y elementales, más de doscientas, que se encuentran asociadas dentro de la estructura de un átomo. Un átomo resulta así como un pequeño universo a escala infinitesimal que copia la estructura del Universo inmenso que intentamos conocer.

Como siempre, el Hombre, busca interpretar lo que existe fuera de sí mismo sin tener en cuenta que él es eso mismo que busca comprender, y que no necesita espiar a las estrellas ni intentar viajar a ellas, sino que bastaría con estudiarse a sí mismo, buscando las mismas respuestas en su interior.

La Ciencia del hombre intenta descubrir los secretos del átomo, siendo que son sus mismos secretos internos; pero prefiere el ansia de investigar qué sucede FUERA de sí mismo porque eso sustituye al MIEDO de investigarse dentro de sí mismo, ya que no está muy seguro de lo que debería hacer con lo que encuentre, cuando lo encuentre.

Pero si eso desconocido lo encuentra fuera, entonces piensa que no hay peligro, ya que no tiene la responsabilidad de hacerse cargo de sí mismo; lo que esté pasando va más afuera de su control y no genera culpa alguna.

Hace ya más de medio siglo, mientras los científicos intentaban descifrar los misterios del átomo comprobaron que ciertos comportamientos del mismo no respondían a las leyes físicas tradicionales al no comportarse como materia sino como energía, lo que los llevó a una contradicción aparente: ¿Los elementos constituyentes del átomo eran materia o eran energía?

No pudieron conciliar ambos conceptos fácilmente porque no lograban una equivalencia entre las ecuaciones que regían el comportamiento de la masa de los corpúsculos, y las manifestaciones energéticas.

Entonces salieron del compromiso expresando que el átomo que formaba parte de los cuerpos físicos estaba compuesto por elementos que podían comportarse bien como materia o a veces como energía. Algo así como que responder que su color es blanco, pero a veces, cuando conviene, es negro.

La realidad es que todo es una energía que a veces se comporta, según su ritmo de vibración, también como materia, pero esto les resulta sumamente incómodo reconocerlo porque entonces su física material se acercaría demasiado a la espiritualidad, y a ésta no pueden expresarla en fórmulas y ecuaciones.

De este modo, su ciencia quedaría renga y además como todo en este plano es dual, con sólo una pata que la sostenga se vendría abajo, dejaría de ser, y se sentirían impotentes ante semejante realidad. Por lo que resulta mejor, disfrazarla y acomodarla a como sea: para la Ciencia, lo espiritual no existe, y punto.

Algo así como la secuencia del hipócrita: que “si no lo veo, entonces no lo siento, pero que si lo siento, debo hacer que no me inquiete… y si me inquieta, conseguir que no se note”.

Entonces, siguiendo el proceso lógico, se deduce fácilmente que el cuerpo humano al ser materia, también está compuesto por energía, y que dado que la energía vibra en distintas frecuencias, el cuerpo también oscila en distintas tasas vibratorias, como por ejemplo, en salud o en enfermedad.

En definitiva, vemos que no existe sólo un cuerpo humano, sino “varios cuerpos” vibrando en distintos espectros, algunos visibles y otros no.

Nos vamos acercando a lo que dicen los orientales: que poseemos varios cuerpos; siete, como los colores del arco iris. Pero… ¿Cómo encontramos el límite entre dos colores sucesivos del arco iris? Eso es ciertamente imposible, porque uno se interpenetra y se combina con su vecino en un espectro de variación continua, sin fronteras evidentes, lo que crea una gama de colores que va desde el rojo hasta el violeta.

Y más abajo del rojo existe también vibración, que sólo percibimos como calor y que se conoce como infrarrojo; del mismo modo, por arriba del violeta existe una radiación ultravioleta que los ojos humanos no perciben, pero que los animales tienen la capacidad de ver, al igual que el infrarrojo.

Newton, mediante su prisma, logró descomponer la luz blanca en siete colores básicos vistos a simple vista, pero notamos que no existe un límite definido entre el amarillo y su vecino el verde, por ejemplo, existiendo una enorme variedad de amarillos verdosos.

De igual manera esto nos lleva a la conclusión firme de que poseemos varios cuerpos y como existe una infinita posibilidad de vibrar, somos en conjunto un universo de infinitos conjuntos vibrantes contenidos en una sola unidad.

Aún el alma tiene vibraciones que varían en forma constante, y del mismo modo podríamos decir que el alma posee “distintos cuerpos” que aunque no sean materiales, se ubican formando parte de nuestro cuerpo pero la mayor cantidad está fuera del cuerpo mismo, conectada con todo y con el TODO.

Lo interesante es que esta “alma múltiple”, al igual que el cuerpo, posee distintos grados de conciencia y algunos de ellos pueden ser dirigidos a voluntad, conociendo los mecanismos de cómo hacerlo.

Esto explica entonces ciertos fenómenos comprobados tales como la clarividencia, la percepción extrasensorial, el viaje hacia el futuro y el pasado puesto que esos estados de tiempo sólo existen para nuestra conciencia física mundana, pero no para el alma, en la cual todo es sólo presente.

Continúa en la segunda parte.

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

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