¿CÓMO DEBERÍAMOS CRIAR A NUESTROS NIÑOS DE HOY?
Cada 15 años aproximadamente se presenta una nueva generación; esto lo considero en base a un promedio tomado del tiempo de tránsito de los “planetas pesados” como Urano, Neptuno y Plutón que demoran desde 7 años hasta 32 años en crear nuevas variantes de inconscientes colectivos dependiendo de su cercanía a la Tierra.
Éstos son llamados Planetas Generacionales porque su movimiento celeste motiva que las improntas de sus influencias sobre las Cartas Natales de los nuevos niños sean distintas de las de la generación anterior, y su influencia es tan sutil que se manifiesta sobre los inconscientes de los individuos.
Lo conveniente sería que cada niño al nacer motivara la interpretación de su Natal para que así sus padres pudieran conocer sus necesidades y problemáticas futuras, sus requerimientos a medida que crece y la forma en que la vida lo condicionará, y entonces poder brindarle lo que realmente necesita en lugar de darle lo que los padres creen que necesitará.
La mayoría de los padres cometen el error de brindar a sus hijos lo que ellos no tuvieron, como una especie de reivindicación histórica sin tener la lucidez que lo que ellos necesitaron no tiene nada que ver con lo que las nuevas generaciones necesitan, y a veces es justamente lo contrario, o sumamente distinto.
Esto lleva a esa sensación de fracaso que obtienen cuando ven que sus hijos no responden a los que los padres esperaban; esto es demasiado normal que suceda y la frustración consecuente se debe a la ignorancia de los padres respecto de cómo evoluciona y se manifiesta la vida en la realidad del presente.
Para comenzar, los padres como personas generalmente no logran todavía conocerse a sí mismos a la edad de ser padres, pero sin embargo tienen la hueca pretensión de que pueden conocer las necesidades de sus hijos; esto resulta absolutamente irracional, pero es lo que generalmente sucede.
Sin embargo a pesar de que los conocimientos astrológicos datan desde el tiempo de existencia de los primitivos Mitos griegos, y podrían ayudar a comprender estas situaciones, aún hoy la mayor parte de la Humanidad se debate innecesariamente a ciegas entre la oscuridad.
Es por esa causa que encontramos tantos padres amargados por los pobres resultados obtenidos frente a sus expectativas respecto de sus hijos, y a tantos hijos resentidos con sus padres reclamando que no les dieron lo que necesitaban cuando ellos lo necesitaban, no importando el esfuerzo que los padres hayan invertido en ellos.
Y esto seguirá siendo así, y aún empeorando, porque los cambios generacionales se están volviendo cada día más notorios, generando innecesariamente un modelo general de familia incomunicada, disconforme y frustrada. Los padres encogiéndose de hombros al no saber cómo proceder y los hijos renegando de sus padres al no obtener lo que realmente necesitan de ellos.
La familia suele reunirse mientras los abuelos o los mayores están vivos; esto es más por una obligación moral que por una necesidad real. La prueba está en que luego de fallecidos dichos mayores, las familias de jóvenes se abren cada una a sus propias necesidades. Esto no se debe a la falta de amor como suele comentarse, sino que simplemente cada uno necesita hacer su propio camino y en esta nueva situación encuentra las oportunidades de hacerlo.
Siempre expreso que cuando existen problemas entre las personas, como padres e hijos, o hermanos por ejemplo, la responsabilidad recae siempre sobre los mayores, y cuando se produce entre subordinados y superiores, la responsabilidad siempre la tiene el de mayor jerarquía. Esto es natural y nos concierne a los que somos padres, que a su vez hemos sido hijos en algún momento.
La clave se encuentra en el objetivo de la vida al crear padres e hijos; el hijo elige a sus padres para obtener de ellos sus potenciales. Eso lo compruebo desde hace 25 años en cada conjunto de Cartas Natales de padres e hijos que analizo en el consultorio; cualquiera sin ser astrólogo lo puede constatar puesto que por ejemplo es normal que los hijos hereden el Signo natal o el Ascendente de uno de los padres.
Para dar un ejemplo perfecto: mi hijo menor, un soberano rebelde de Signo Virgo Ascendente Acuario, tiene a su madre acuariana rebelde a ultranza y a mí, su padre virginiano, que de rebeldía “mejor ni te cuento” por ser hijo de dos personajes rebeldes para su época.
Esto nos indica que los hijos necesitan obtener ciertos potenciales de sus padres, en el caso mencionado, características de Virgo y Acuario. Lo cómico es que él reniega de ciertas características de su madre y también de su padre, siendo que por otra parte, de esas mismas características nutre su capital para enfrentar la vida y asimismo las refleja inconscientemente en su propia naturaleza personal.
Por eso en otros artículos he mencionado la importancia del caudal de ejemplos que se brinden a nuestros hijos. Hay ciertos parámetros sociales y familiares que deben ser mostrados y enseñados, tales como por ejemplo el amor, el respeto, las normas de convivencia, los criterios de lo que es correcto y de lo que no lo es, sin importar el paso de los años y las generaciones. Hay ciertos estamentos de los cuales la civilización no debe prescindir si quiere seguir siendo civilizada y existiendo como tal.
De paso, expreso mi opinión sobre la actual discusión entre los padres de los nuevos niños: algunos dicen hoy que se les debe negar el acceso a la computadora y a los adelantos electrónicos para que jueguen con los viejos juguetes y crezcan más sanos, mientras otros dicen que así, en contacto con lo nuevo, los niños se entrenan para un “nuevo mundo” y que no se les debe negar lo que su naturaleza les está pidiendo.
A una edad en que ya como jubilado debería estar persiguiendo a las chicas jubiladas, se me ha ocurrido terminar mis estudios universitarios de Ingeniería Electrónica, y me encuentro con que NECESARIAMENTE debo aprender el manejo de ciertos programas de computación para cursar las materias y concurrir con la misma a clase tal como antes, a los 20 años, concurría con el cuaderno a tomar apuntes; ¿Cómo negar entonces a los niños el aprendizaje de los equipos electrónicos de hoy, siendo que ni sospechamos lo que ellos necesitarán cuando les toque el turno de desempeñarse en un nuevo mundo inimaginado?
Es normal que los nietos de hoy enseñen a sus abuelos e incluso a sus padres a utilizar los nuevos teléfonos, los juegos de realidad virtual y las computadoras. Pero, como siempre, arrinconarse en un extremo, sea el que sea, no es sano y a mi criterio ambos extremos están fuera de foco porque rompen el equilibrio.
Esta misma es la disyuntiva en la que me encontraba hace 30 años, salvando las distancias en el tiempo cuando mis hijos eran pequeños. Si los acostumbraba a mis viejos parámetros, fundamentos y líneas de pensamiento, iba a generar eunucos que estarían en desventaja cuando necesitaran competir con sus elementos pares del momento, es decir, con sus compañeros de estudio y de trabajo.
Pero si los dejaba ser arrastrados por el brillo del sistema, esto se presentaba incompatible con mi viejo sistema incorporado sobre antiguos preceptos, y seguramente ellos seguirían a su dios, el sistema, y quedarían esclavos de él, enfrentados a los pilares sobre los que he asentado mi vida.
Lamentablemente o no, cada día más temprano, los hijos se rebelan contra el sistema de vida de sus padres y pretenden hacer sus propias experiencias a su manera. Tengo que reconocer que ellos tienen su parte de razón, puesto que se juegan la vida en ello. Pierden así al apartarse el caudal de experiencia de sus mayores pero por otro lado descartan lo que ven como obsoleto en las viejas formas de vivir y asumen otras nuevas.
Nuevamente, volvemos a los consabidos extremos: “papá y mamá no entienden nada de la vida” y más tarde, cuando a ellos les toca ser padres, “si hubiera escuchado un poco más a papá y a mamá”. Pero muchas veces papá y mamá ya no están sobre esta tierra; ya es tarde para arrepentirse y hay que arreglarse solo.
Hemos escuchado y leído mucho sobre los niños Índigo, los Cristal, los Dorados, etc. y lo hemos tomado más como una curiosidad que como una necesidad de adaptarnos velozmente antes de que fuera tarde para hacerlo. Estos nuevos niños de hoy parecen traer sus propios parámetros de vida y muestran ser precoces en sus manifestaciones.
¿Donde se encuentra entonces el rol de los padres? En el de siempre, en aquel que ha sido esencial durante toda la historia de la humanidad: en el de ser proveedores. Proveedores de ADN, de parámetros ancestrales, de medios de subsistencia, de potenciales físicos, espirituales, mentales y emocionales.
Nuestros padres debieron ser nuestros proveedores y a su vez nosotros deberemos proveer a nuestros hijos, los que a su vez, serán los proveedores de nuestros nietos. Como devolución, nuestros hijos y nietos por una cuestión de legado natural recibirán nuestra herencia pero también nuestras deudas, lo que por un lado parece justo pero puede resultar una carga muy pesada para su futuro desenvolvimiento; los hijos por lo general reciben los potenciales familiares pero se hacen cargo inconscientemente de los problemas no resueltos por sus ancestros, a veces heredados por 10 o 15 generaciones anteriores, tal como lo he presenciado sin poder salir de mi sorpresa.
Expresé claramente que los padres deberán ser “proveedores” y no “directores” porque no estamos las generaciones anteriores en condiciones de dirigir a las nuevas generaciones, no sólo porque no nos lo permitirán sino porque no los comprendemos ni tampoco a sus necesidades y lo que por ejemplo a nosotros de jóvenes nos costaba horas para lograr hoy puede lograrse mediante una computadora en minutos.
Cuando comencé mi carrera de Astrólogo allá en los principios de los ’90, hacer el diagrama de una Carta Natal llevaba unas tres horas de cálculo y dibujos, mientras que en el año 1995 una computadora hacía mucho más que eso, con mayor precisión, en sólo 5 minutos o lo que tardaba la impresora en pasar la hoja de papel. Hoy cualquiera puede entrar a Internet y hacer lo mismo mediante su celular en el lugar que quiera y en el momento en que lo necesite.
Las generaciones anteriores no debemos emular el relato bíblico de “unos ciegos guiando a otros ciegos”. Los padres deberemos estar dispuestos a estar cuando nos sea requerido y no a esperar retribuciones ni reconocimientos de ninguna clase de parte de ellos, porque ellos deberán ser los proveedores de sus propios hijos y a eso se deberán por las leyes de la vida.
Y reconocen nuestro esfuerzo si los hijos quieren, o no, pero nosotros ya debemos estar suficientemente maduros en conciencia como para no sentirnos heridos por no ser reconocidos, y comprender que lo que se hizo por amor ya fue entregado y pertenece al viento, queja que escucho de muchos padres que no comprendieron la vida todavía, y que si lo ofrecieron realmente por amor, ya está cedido y ni siquiera tienen derecho a ninguna clase de reclamo.
Lo que expresaré a continuación puede resultar doloroso, pero es la cruda realidad, y deberíamos estar alertados ya para no hacerlo. Suelo escuchar las palabras de algunas madres a sus hijos: “así me pagas por todo lo que te he dado”. A lo que sus hijos tendrían todo el derecho de responder: “si esperabas recompensa por ello, entonces no me lo diste, sino que me lo vendiste y por eso esperabas un pago”.
Ciertamente un diálogo que nunca debería producirse entre padres e hijos, pero como ya dije, es responsabilidad del mayor no comenzarlo, o bien, atenerse a las consecuencias de su reclamo inconsistente. Lo que se da por amor no puede luego ser reclamado ni enarbolado, si es que realmente fue por amor y desprendimiento. No he visto que las gaviotas vuelen detrás de sus hijas para ver si son reconocidas por ser quienes empollaron el huevo.
Muchas madres expresan su dolor en el consultorio ante la falta de participación en sus vidas por parte de sus hijos adultos, y eso es porque han creído que criar a un hijo es como plantar un manzano y luego sentarse a esperar a que le dé manzanas. Tal vez nos las dé, o no, eso quizás ante los ojos de los padres vuelva a su hijo como un indiferente o un desagradecido, pero en realidad no es un culpable; sus potenciales pertenecerán a sus propios hijos y no a sus padres. El hijo debería por amor contemplar las necesidades de los padres, pero si debe elegir, es prioritario que elija a sus hijos.
Dichas madres y dichos padres, lejos de sentir frustración porque el “manzano” que cuidaron y criaron no les dio los frutos esperados, o que las manzanas las comieron sus nietos, deberían sentirse agradecidos a la vida por haber tenido la oportunidad de experimentar su paternidad y satisfechos consigo mismos por haber ayudado a sus hijos a alcanzar la mayoría de edad. Ser padre o madre es una dignidad que califica y engrandece al ser humano, y por eso debe ser agradecida; por lo que si no te encuentras preparado para la responsabilidad que implica, evita ser padre. Punto.
A veces, personas allegadas me preguntan qué están haciendo hoy mis propios hijos y les respondo claramente que no lo sé. Que supongo que no están en problemas porque ya habrían acudido a mí en ese caso, que viven su vida a más de 1.200 km de donde yo vivo, y que si quieren me cuentan de su vida y está bien, y que si no quieren hacerlo, también está bien.
Estuve con ellos en circunstancias cruciales en sus vidas cuando era necesario que yo estuviera, y eso me deja satisfecho. El árbol necesita un poste “padrino” cuando es débil para que los vientos no lo quiebren, pero cuando crece y se va haciendo fuerte ese mismo poste le molesta para su maduración, por lo que el poste debe comprender cuando ha llegado el momento en que debe hacerse a un lado.
Para dar un ejemplo paso por un momento a un comentario de mi especialidad mecánica: cuando se quiso potenciar a los motores, se inventó el sobrealimentador, que era un mecanismo que al iniciar su movimiento el automóvil le inyectaba mayor flujo de aire al motor y por lo tanto partía y aceleraba más velozmente, hasta que al superar los 100 km/hora, el motor ya era capaz de aspirar su propio aire a necesidad, pero al tener que pasar este aire por el sobrealimentador, se veía limitado y esto entorpecía el aumento en la velocidad del motor. Los nuevos motores, más potentes y veloces, debieron prescindir del sobrealimentador para poder superar la barrera tecnológica.
Ésa es la mejor descripción de la función de un padre: ayudar a arrancar a su hijo y apoyarlo en su búsqueda de velocidad, pero luego, cuando ya alcanzó su régimen de vueltas propio, la intervención del padre/madre comienzan a entorpecer su avance y deben hacerse a un lado dejándolo que se independice y así pueda llegar a su máxima expresión.
Ésa justamente es la manera en que sería más conveniente criar a los niños de hoy; en principio necesitarán de sus padres, pero más tarde (y cada día más pronto) esos padres les entorpecerán su camino, porque son generaciones demasiado diferentes.
En mi caso, teniendo el privilegio de ser docente, estoy en permanente contacto con jóvenes y adolescentes de nuevas, y luego más nuevas generaciones, y puedo observar que son distintos generación a generación, lo que me obliga a modernizar mis métodos de enseñanza ya que sus inquietudes y aspiraciones al renovarse sus características generacionales no son las mismas que las de la generación anterior.
Afortunadamente así puedo continuar en mi rol de “padre postizo” porque les enseño un oficio técnico que les permitirá independizarse y ganarse la vida honestamente, y periódicamente logro ser testigo de sus triunfos, manteniendo cierto grado de amistad con ellos lo que me llena de satisfacción por sus triunfos personales, o cuando en ocasiones percibo su agradecimiento hacia mi tarea.
En estos últimos años he notado con sorpresa que algunos de los nuevos alumnos, chicos muy jóvenes, me saludan al salir de clase y agradecen o elogian la categoría de la clase, lo que no me sucedía antes. Esto implica que ellos a pesar de su apariencia despreocupada están atentos a lo que se les brinda y cómo se les brinda.
Pero por otra parte están juzgando atentamente si están recibiendo aquello que se esperaba, lo que representa para mí una satisfacción pero también me está marcando una creciente responsabilidad en lo que hago y en cómo lo hago a fin de no defraudarlos.
Esto me obliga a ofrecerles clases adicionales respecto de cómo funciona la vida, las situaciones de crisis, los miedos, las frustraciones a fin de prepararlos para que puedan encarar, más allá de la faz técnica, con éxito los requerimientos futuros, negociaciones, trato con sus clientes, marketing, publicidad, y la administración de sus emprendimientos.
Del mismo modo llegan a mi consultorio astrológico de hoy personas jóvenes desorientadas en busca de respuestas ante la vida, las que tengo el privilegio de brindarles y que les permiten ver la luz al final del túnel. Es decir, eso me permite sondear las necesidades, las frustraciones, las aspiraciones y los sueños de estas generaciones de gente joven, y estar disponible cuando soy requerido, o sea, tener la satisfacción de seguir sintiéndome “padre donador” de experiencias y orientaciones.
Una nueva característica de las nuevas generaciones es que todos los adultos deberemos ser padres de todos los hijos, porque cada uno de ellos irá a buscar el tipo de agua que necesita a la fuente apropiada para saciar su sed. Ellos ya no serán sólo “los hijos de Fulano…” sino “los hijos de todos”.
Las anteriores generaciones aceptaban; las nuevas observan, juzgan y sienten el derecho de cuestionar, lo que me obliga a cuidar de lo que digo y cómo lo digo, que en definitiva me lleva a ser mejor profesor y me eleva como persona, gracias a ellos. Igualmente deberían hacer sus padres.
Esto, a la vez que me conforta, me enriquece, me ilustra en las nuevas mentalidades y me permite comprender algunas de las necesidades que sus mismos padres reales no comprenden, y por eso insisto en que como padres debemos determinar sabiamente el momento de hacernos a un lado, no cargarlos con nuestras expectativas ni con nuestras cuestiones sin resolver que debemos obligadamente resolver nosotros mismos, y sólo quedar a la espera de ser requeridos, porque eso fue lo que pactamos en el otro plano antes de que ellos nacieran.
Muchos padres de hoy no comprenden que su misión, si bien nunca termina, tiene límites bien determinados. Y que ahora que sus hijos se ocupan de aprender a volar solos, son ellos como padres adultos, los que ya terminaron de criar pichones y deben dedicarse a resolver sus propios asuntos que quedaron pendientes porque en su momento debieron dedicarse a sus hijos.
Sin embargo son muy pocos son los que entienden que la función de apoyo tiene vencimiento y que ahora son ellos, la generación de los padres, los que deben concentrarse en perfeccionarse como personas, en aprender a sanarse a sí mismos, en aplicarse a mantenerse activos y saludables, a terminar todo aquello que en su momento debió interrumpirse, por ejemplo el crecimiento y la realización personal.
Los “millenials” (los niños nacidos en el nuevo milenio) nos están enseñando a cómo encarar las nuevas solicitaciones de la vida, a nosotros, una generación de tránsito que yo suelo denominar “la generación bisagra” porque una mitad está en el marco y la otra mitad en la puerta, sin saber bien a cual pertenecemos.
Nos liberan temprano porque necesitan independizarse a fin de que tengamos oportunidad de ocuparnos de nuestro propio crecimiento; los cómodos que se quieren quedar en casa, no nos engañemos, no es por amor a mamita y a papito ni porque no pueden encarar su vida, sino porque aprovechan de los padres un porcentaje que compensa el otro porcentaje que no supimos entender que necesitaban y lo tuvieron que buscar afuera, generalmente entre ellos mismos porque no encontraron otra generación compatible más allá de la propia.
Aquellos que ya se recibieron de padres de sus hijos, ahora deben dedicarse a recibirse de personas completas y para eso es que sus hijos hacen su propia vida y los padres deben sentirse liberados en lugar de sentirse abandonados.
Es casi inevitable sentir apego por los hijos, eso es comprensible, pero no es lo correcto, hoy menos que nunca. El apego no es amor, sino egoísmo disfrazado. El apego esclaviza a ambas partes, al apegador y al apegado, y les quita a los dos la necesaria libertad para crecer.
No se puede crecer sin libertad, los hijos deben estar libres para madurar su adultez y los padres deben estar libres para madurar su vejez, porque ya tuvieron la oportunidad de ser jóvenes y adultos y en ningún lado está escrito que no puedan mantenerse jóvenes y adultos, al menos de mentalidad hasta el último instante de su vida.
Muchas madres pretenden continuar su relación maternal con sus hijos adultos siendo que ahora quien debe cuidar de su hijo es su pareja y no ellas. Esa pretensión enfermiza no ayuda a sus hijos en su relación de pareja, y es por eso que se han hecho tanta mala fama las suegras siendo que comportándose apropiadamente y sabiendo ubicarse en su nueva posición, pueden ser excelentes e irremplazables colaboradoras cuando son necesitadas.
Lamentablemente la madre, más que el padre, entiende que cuanto más encima está de sus hijos, mejor madre es. Observo a madres que se sienten abandonadas de sus hijos y que me aseguran que nunca hicieron nada mal, que siempre quisieron hacer lo mejor, pero no sé cómo hacerles entender que si hoy se muestran tan obsesivas en que todo ande sobre rieles, no quiero imaginarme cuando fueron madres. Ellas seguramente lo entendieron como su obligación de madres pero hay que ver si su obsesión no resultó agobiante para sus hijos.
Muchos padres no pueden comprender que su función es estar allí para cuando son solicitados y no al revés; los hijos permanecen cerca si es que así lo prefieren y lo sienten, pero ahora la obligación de sus hijos es para con sus propios hijos; es así la ley de la vida, nos guste o no. Respetar estas leyes hacen padres sanos e hijos sanos, que a su vez podrán ser padres sanos que críen hijos sanos.
Ahora bien: ¿Cómo tratar a estos niños nuevos de estas generaciones sorprendentes? Igual que siempre, como siempre debió haber sido, la función es la misma, sólo que estas nuevas generaciones son sumamente críticas y poco tolerantes con los errores. Nuestros parámetros de padres se ofrecen y se muestran como ejemplo, pero los hijos son los que determinan si los emplearán o no, si les sirven para este mundo cambiante o no, si en todo caso tienen la inteligencia de adoptarlos y adaptarlos a su realidad de hoy.
Por eso, sea de nuestro agrado o no lo sea, la norma es que ellos tomarán sólo lo que les sirva y dejarán de lado lo que les lastre. Siempre ha sido así, antes más disimuladamente pero ahora se cumplirá más que nunca; eso podrá ser notado en que la tendencia vigente es que en un grupo de niños, un padre deberá ser padre de todos y un hijo, a su vez, se volverá hijo de todos los padres.
Esto se debe a que los nuevos niños llegan tan evolucionados puesto que han fallecido a su encarnación anterior no hace mucho tiempo, y necesitan elementos, conocimientos y oportunidades que un solo padre y una sola madre no pueden darles, por lo que asumen como comunitarias las casas de sus amigos y como padres a todos los padres de sus amigos de forma de coleccionar distintos criterios y aprendizajes de variadas mentalidades y orígenes.
Esta será una tendencia que deberá ser respetada. Siempre se dijo que los hijos deben respetar a los padres, pero nunca escuché que se dijera que los padres deben respetar a sus hijos, lo que sin duda hoy es más importante que nunca; esto lo afirmo como hijo y como padre, para que la relación sea lo más sana posible.
E incluso, es aún preferible que cuando el hijo alcanza la adolescencia no haya relación, a que la relación sea perniciosa. Ellos tomarán parámetros del grupo más que parámetros familiares y no transarán en su necesidad de buscarlos y obtenerlos. Insisto siempre en que el respeto es la otra cara del amor, y advierto que quien no respeta a otro, en realidad no lo está amando.
Hijos, respeten a sus padres; padres, entiendan cómo deben respetar a sus hijos porque de otro modo, no serán respetados y serán reemplazados rápidamente si los hijos perciben que lo que obtienen de sus padres no les resulta útil.
Y si no existe respeto de nada sirve que nos cansemos de proclamar que hay amor, porque eso no es cierto, dado que no equilibra la ecuación. Tal vez éstas sean las principales claves que hay que tener en cuenta sobre cómo deberíamos criar a nuestros niños de hoy.
El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo
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