¿POR QUÉ LOS HIJOS JUZGAN A LOS PADRES? Parte 1 de 2
– Papá… ¿Es cierto que los padres siempre saben más que los hijos?
– Por supuesto, hijo… seguro…
– Hoy la maestra preguntó en la escuela: ¿Quién inventó la máquina de vapor?
– Ah, sí, James Watt en el 1700…
– ¿Y por qué no la inventó su padre…?
El por qué los hijos juzgan a sus padres es un tema movilizador para cualquiera y aunque suene inconsistente, luego veremos que tiene relación con las sandalias. Es además un asunto muy complejo de analizar porque tiene muchos aspectos a tener en cuenta, y a su vez distintas razones, por lo que hay muchas opiniones distintas al respecto.
Para empezar, en otros artículos ya he comentado que desde el punto de vista energético, el alma del hijo antes de nacer ha concertado con las almas de sus padres todos los detalles que van a confluir en su encarnación, y que van a ser determinantes en el futuro de su vida aún cuando en ese momento los padres no estén en presencia física.
El alma del hijo ha elegido de entre millones, a ese par de personas como padres porque los ha considerado los más aptos y apropiados para proveerle herramientas para su propio desenvolvimiento futuro como ser independiente, dado que necesita de sus potenciales, su historia, sus ancestros, su tipo de hogar, su forma de criarlo, sus medios económicos.
El hijo entonces viene a servirse de todo lo que pueda aprovechar de sus padres, pero muchas veces la devolución será la crítica y el reproche, aunque en ocasiones también felizmente habrá hijos que reconocerán lo que han obtenido de sus padres y honrarán su participación.
Es una responsabilidad de los padres comprender y aceptar calladamente cuando los hijos resultan ser sus peores jueces; no me refiero a ser quienes más los condenen sino a quienes los juzguen más equivocadamente.
Aún así, y esto lo digo como padre que no considera haber obtenido el reconocimiento apropiado por parte de sus hijos, los padres deberían comprender a sus hijos, por ser ellos mayores y por lo tanto tener la mayor responsabilidad en dicha relación, y más, cuando hayan hecho lo mismo con sus propios padres en otras épocas.
Los hijos no comprenderán muchas características y comportamientos de sus padres hasta que llegue el momento en que a ellos mismos les toque el turno de ser padres, o sea hasta que “se encuentren caminando en los zapatos (sandalias) de sus padres”; esa situación es una más de tantas leyes que rigen la vida del ser humano.
Curiosamente los judíos antiguos celebraban muchos de sus actos en los que intervenían las sandalias, el calzado de aquella época; por ejemplo cuando se las quitaban ellos mismos como forma de respeto. Pero otras veces como castigo y deshonra a los cautivos se les quitaba el calzado; en otros casos se daba una sandalia a quien se le pedía disculpas o bien, en general, quitarle el calzado a alguien era considerado como una especie de castigo.
De por siempre, el calzado tuvo importancia en el hombre, y “caminar en sus zapatos” es la mejor manera de comprender porqué esa persona camina como lo hace. Cuando el hijo deba “caminar en los zapatos de sus padres” comprenderá su situación porque lo vivirá en carne propia, es decir, se trata de mudar el punto de vista, que para el hijo será imposible hasta el momento en que él mismo sea padre y comprenda lo que se siente siéndolo.
Otro de los aspectos a considerar es que el hijo (o la hija) tiende a idealizar a sus padres desde pequeño, y como desde su estatura observa que ellos “todo lo pueden y todo lo saben”, se enamora naturalmente de ellos y los considera como superhéroes, siendo que tienen sus virtudes y defectos como cualquier otra persona aunque el niño no lo note.
Claro que al ir creciendo, su capacidad de observación y discernimiento le va haciendo ver que papá y mamá no son tan perfectos como él/ella creía (cada vez menos) y entonces se desilusiona y los culpa por esa frustración.
Por otro lado, al ir creciendo el niño, sus capacidades aumentan progresivamente así como sus posibilidades de movilizarse y copiar conductas adultas, lo que lo pone en riesgo y sus padres deberán entonces ponerle ciertos límites para protegerlo.
El pequeño entenderá concientemente estos límites no como una protección sino como un sabotaje o una represión a sus intentos de manifestarse, y comenzará a ver en sus padres un obstáculo en lugar de un elemento de sustento y protección. Sin embargo, inconscientemente registrará que esos límites son necesarios y cuando sea mayor reclamará y hasta culpará a sus padres si es que no se los han fijado.
Me comentaba una consultante que en un descuido suyo su pequeña de dos años le dio vuelta a la llave del vehículo y como no alcanzaba a darle arranque luego le decía en su media lengua a su madre que el auto no arrancaba. Esto muestra que los niños registran mucho más de lo que nosotros los adultos creemos.
Además, los niños de hoy son reencarnados de fallecidos hace pocos años y por eso no temen a la tecnología sino que la consideran aliada de sus propósitos, ya que recuerdan vagamente que han utilizado vehículos, teléfonos, computadoras, instrumentos musicales y demás equipos electrónicos y les resultan familiares.
Por otra parte, las diferencias generacionales cada día se hacen más notables y los pequeños no comprenden cómo sus padres “están tan atrasados” en cuanto a sus nuevos conceptos e ideas, por lo que esta forma tan distinta de ver las cosas tiende a separarlos en lugar de unirlos como padres e hijos.
Y así, inevitablemente, llega el momento en que se van formando una idea más concreta de sus padres, proceso que se parece mucho a enjuciarlos e inclusive, van más allá, cuando se plantean condenarlos definitivamente como obsoletos y como fastidiosos obstáculos para su desarrollo.
Hay que decir, en defensa de los hijos, que si bien llegan a este mundo a aprovechar de las condiciones de sus padres a fin de crecer y hacerse adultos, también como retribución, aceptan sin saberlo, hacerse cargo de los conflictos no resueltos por sus padres, o sus ancestros, con la idea de resolverlos a fin de restablecer la organización familiar. A veces estos “mandatos” familiares se hacen tan firmes que impiden el desarrollo acorde del joven hasta no detectar la causa y resolver el asunto en cuestión.
Es decir que muchas veces por esta razón, se frustran en sus intentos de progreso en la vida debido a una carga asumida que puede venir desde siglos atrás; yo he visto personalmente y con sorpresa la transmisión de este conflicto durante más de 15 generaciones que no pudieron resolverlo y lo fueron transmitiendo sin siquiera ser capaces de detectarlo hasta ese momento.
En general, hasta que no madure, el hijo culpará conciente o inconscientemente a sus padres de sus fracasos, ya sea porque le consintieron o porque le negaron, y ello hará que los juzgue severamente y ponga sobre las espaldas de ellos una responsabilidad que en realidad puede que al madurar comprenda que le cabe a él mismo.
Esto resulta así porque en definitiva los padres sólo están cumpliendo su parte del acuerdo silencioso y desconocido, pero también es cierto que hasta que el hijo no llegue a cierto grado de maduración, no se le puede pedir que comprenda, asuma y corrija.
Lo más grave es que todos estos eventuales conflictos familiares previos van a intervenir y dificultar seriamente los éxitos del nuevo adulto, quien difícilmente podrá encarar su resolución porque está visualizando la causa fuera de sí mismo, aunque también él inevitablemente sea parte del problema.
Recién cuando pueda madurar y asumir que de sus éxitos y sus fracasos sólo puede responsabilizar a ése/ésa que ve en el espejo cuando se mira, hará conciencia de la situación y de ese modo, comenzará la primera etapa de superación de la crisis: darse cuenta y asumir que algo en sí mismo/a no está funcionando óptimamente como debiera.
Por ejemplo, es gracioso ver cómo los niños/niñas juegan a caminar con los zapatos de sus padres/madres; ésto que parece sólo una cómica picardía del niño, es en realidad un acto inconsciente en que los niños intentan ponerse en el lugar de sus padres, modelar la función de los mismos y hasta asumir ese rol; “camino en los zapatos de mamá, entonces estoy en el lugar de mamá; por un rato yo soy mamá”.
No puede evaluarse lo apasionante que es la experiencia de ser madre/padre hasta no vivirlo personalmente; no puede comprenderse la alegría y otras veces, la pena que se siente, debido a participar emocionalmente de los acontecimientos en la vida de nuestros hijos. Por naturaleza, duele más lo que les suceda a nuestros hijos que lo que pueda sucedernos a nosotros, los padres.
Otro factor que influye en esta ecuación es que si el hijo/la hija se posicionara en el lugar, por ejemplo del padre, ese padre “reemplazado” pasará a ser un competidor e inclusive, a generar celos en el menor quien tratará por todos los medios de apropiarse de la atención exclusiva de su madre.
El sistema familiar posee una intensa componente energética no visible pero no por eso menos importante. Cada integrante de la familia es poseedor de un campo energético que debe acomodarse e integrarse al contexto energético familiar.
Esto requiere de una adaptación que no siempre resulta armoniosa y que da origen a un sentir que va más allá de los sentimientos. Además, por lo general se reencarna en grupos de manera que las familias incluyen individuos que han vivido juntos experiencias en otras vidas, muchas veces poco gratas que los han ligado kármicamente entre sí.
Esta cuestión por lo general resulta en un juego de energías que desequilibra el contexto familiar aunque ninguno de los involucrados así lo sienta por el momento, pero introduce una vieja desarmonía que es justamente la tarea a resolver en esta vida.
Por eso ese reclamo del hijo pequeño de un lugar que no le pertenece, más allá de parecer una gracia, pasará a constituírse en un serio problema, sobre todo para el futuro desenvolvimiento del menor involucrado.
Ni hablar del ejemplo en el que el menor busca a toda costa ocupar el medio de la cama de sus padres, interponiéndose entre ellos al llegar la hora de ir a dormir. Esto, energéticamente, representa un grave conflicto que traerá consecuencias futuras en el núcleo familiar e inclusive en el futuro emocional del niño. Toda inconsistencia energética quedará flotando en el aire y tendrá sus desenlaces, más tarde o más temprano porque en el plano de la energía no existe el tiempo.
El sistema familiar responde entonces a un equilibrio que es fácilmente alterado por las emociones descontroladas de algún integrante del grupo; los otros integrantes, en los casos afortunados, a través de corregir sus puntos de apoyo sobre el sistema, reaccionarán en forma inconsciente balanceando en mayor o menor medida el equilibrio momentáneamente roto del sistema.
Este tema merece ser analizado con mayor amplitud por ser de vital importancia, así como para dar pautas útiles sobre la relación, lo que realizaré en la segunda parte de este artículo para no dilatar excesivamente su lectura.
El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo
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