EL SÍNDROME DEL PATITO FEO
¿Recuerdas el viejo cuento del Patito Feo? Había nacido entre patitos y seguía con ellos a su mamá pata; pero sin embargo, era distinto y todos se lo hacían notar. Esto lo llenaba de frustración y le hacía vivir una vida miserable ante el escarnio de sus hermanitos.
Hasta que un día comprendió que no era un patito, sino un cisne; gran satisfacción, pero una larga vida de fastidios y situaciones incómodas mientras tanto. Así se siente un Millennial, sin comprender qué hace en medio de un mundo que él considera obsoleto, inadecuado y hostil.
¿Quienes son “los Millennials”? Se trata de una generación actual que comienza a interactuar con la sociedad adulta alrededor del año 2000, y que poseen ciertas características especiales que los hacen distintos en personalidad a las generaciones anteriores.
Hoy en día tienen edades que como máximo llegan a los 30 años, y supuestamente representan la generación que en el futuro próximo formará la casi totalidad de los habitantes del mundo, lo que implica que de alguna manera ellos decidirán definitivamente en el destino de nuestra civilización.
Los Millennials buscan desesperadamente la liberación pero caminan ciegamente hacia su destino de ser esclavos, a menos que reaccionen. La esclavitud que les espera no es tan burda como la que conocemos sino que tiene la sutileza de hacerles creer que son libres mientras que son conducidos hacia el matadero; ése es el maquiavélico plan del Nuevo Orden Mundial.
Los Millennials han resultado ser los hijos de la generación de los Baby Boomers, aquellos que ahora tienen desde 60 años para abajo. Los Baby Boomers reploblaron el planeta después de la devastación y la muerte de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial y las sub-guerras posteriores (Indochina, Vietnam, Medio Oriente), dando lugar a una generación intermedia que heredó sus traumas provenientes de la mencionada SGM pero que a su vez comenzó a reconstruir las ruinas de una forma antes nunca vista.
Dentro de estos Baby Boomers (“hacedores de bebés”) surgió una generación notable por ser muy rebelde y conflictiva, a partir de los años 60, con centro en los años 65, que además de sentirse incomprendida no se comprenden hoy del todo a sí mismos y que menos están en condiciones de comprender a sus hijos Millennials, de una generación absolutamente diferente.
Afortunadamente la sociedad a lo largo de la historia ha adquirido valores firmes en los que las personas se apoyan pero que paradójicamente, a su vez, los Millennials pretenden ignorar y hasta derribar porque no resuenan con ellos, dado que presienten que vinieron para hacer un gran cambio pero aún no disponen de la inspiración de saber cual es ese cambio.
Esto me recuerda la imagen del viejo chiste en que un personaje sentado en una rama, la serruchaba al ras del tronco para cortar esa rama en la que estaba sentado, sin tomar en cuenta que cuando la rama cayera, él llegaría primero al piso o a lo sumo, cómodamente sentado en la rama, o bien, con la rama golpeando su cabeza.
Así procede esta nueva generación: sienten la disconformidad con los viejos estamentos pero no contemplan que son esas mismas estructuras las que le proveen hogar, estudios, trabajo, alimentación, salud; veremos qué resultados tiene su futuro accionar, en el caso de que hubiera resultados .
Los Millennials, en su desconcierto, están hoy cometiendo graves errores. Uno de ellos es pretender ignorar y desvalorizar las estructuras armadas por sus predecesores creyendo que no solamente tienen que tirarlas abajo, sino pulverizar sus restos. Ellos no sólo están a disgusto con los edificios sino que pretenden hasta disolver los ladrillos porque pretenden revolucionar el pasado pero sin tener una idea clara de lo que pondrán en su lugar una vez que el pasado ya no exista.
Ellos no están teniendo en cuenta que son justamente esos edificios los que los albergaron y que si no los reemplazan con eficiencia, van a tener que vivir en cuevas. Metafóricamente, cuevas que no van a alcanzar para todos, o sea, que muchos van a tener que aprender a vivir a la intemperie.
Astrológicamente es muy sencillo localizarlos. El desplazamiento constante de los planetas en el cielo va marcando improntas en las Cartas Natales de cada individuo, empresa o hasta país que nace en ese momento, y son esas Natales las que muestran sus características más notables.
La generación “Bisagra” (así le llamo yo) de los ’60 hasta los ’80 aproximadamente se encuentra con una mitad afirmada en los viejos parámetros y con la otra en los nuevos que se han ido creando; le llamo “Bisagra” porque su identidad está partida, mitad en el marco y mitad en la puerta, sin sentir que pertenezcan decididamente a ninguna de las dos. Pero a su vez, esta “generación bisagra” está teniendo severos problemas con sus hijos, los Millennials, porque es común que no se entienden entre ellos sin que haya conflictos en el trato entre padres e hijos.
Esta generación Bisagra, ya padres y algunos de ellos, jóvenes abuelos, coincidió con la ubicación conjunta de Urano y Plutón, cuando en su tránsito por el cielo Urano “el renovador” se encontró alineado desde la visión de la Tierra, con Plutón “el regenerador” sumando sus efectos y haciendo que esta nueva generación de personas protagonizara hechos que transformaron a todo su entorno: la familia, la forma de trabajar, el sexo, las adicciones, la educación, la comunicación, las costumbres y la manera de pensar.
En realidad dichos potenciales de transformación deberían haber sido aplicados para obtener una generación de nuevos seres con nuevos pensamientos, debiendo ser esta energía más dirigida hacia cambios personales que a cambios externos pero ya se sabe que el ser humano siempre proyecta hacia afuera la necesidad de cambio sin comprender que es en sí mismo donde tiene que hacer esos cambios, ya que así le resultarían más provechosos.
Y así, pasado el umbral del año 2000 nos encontramos con los hijos de la generación Bisagra, que planteó un punto de inflexión en la trayectoria de la Humanidad. Ellos son los Millennials, que se ven como una generación rebelde pero a la vez desprotegida que necesita el apoyo de sus padres y mayores para sobrevivir, y sin embargo… suele renegar de ellos y hasta en ocasiones los desprecia.
Estos Millennials son absolutamente dependientes de las redes sociales, de los ídolos populares, de los juegos electrónicos y de la publicidad, y siempre parecen estar disconformes con lo establecido; pero aunque pretenden proclamarse independientes, paralelamente muestran una debilidad acentuada para sobrevivir sin el apoyo logístico del mismo sistema al que rechazan.
Adictos irremediables del “chupete electrónico”, su celular, los Millennials no tienen los mismos parámetros sociales ni familiares que sus antecesores. Y lo que es muy grave, muestran que pretenden prescindir de los valores esenciales de una sociedad: el respeto, la disciplina y el orden. Personalmente, a mí me encantaría que me explicaran cómo harán para reemplazarlos, porque si lo consiguieran eficientemente, eso sería genial, aunque guardo mis reservas sobre ello.
Es común que ellos no estén del todo decididos a educarse, casarse, tener hijos, hacerse de un futuro y una estabilidad; en general cualquier cosa que represente una responsabilidad no forma parte de sus proyectos.
Ellos miran solamente el presente día y en todo caso las complicaciones que ese día trae, y se distinguen de las anteriores generaciones en que las responsabilidades, las obligaciones y la disciplina sólo representan cargas pesadas que ellos no están decididos a asumir, y que de la forma que puedan, muchas veces muy ingeniosas, buscarán evadir a cualquier costo.
Ellos son niños aún cuando ya tienen edad legal de independizarse, y consideran a la libertad como un derecho natural en lugar de haber entendido que se trata de una conquista o un premio al esfuerzo. Se caracterizan por encontrar hábilmente la manera de resolver todo por la línea del menor esfuerzo, y no pueden entender cómo sus mayores se preocupan tanto por cosas que para ellos no tienen mayor importancia.
Si bien es verdad que poseen ciertas capacidades adicionales, que bien empleadas les vuelven sumamente eficientes, en general carecen de una constancia, un cumplimiento y una metodología frente a los retos de la vida. Valores que los “veteranos” ya hemos aprendido que constituyen la base esencial para construir cualquier cosa que necesitemos.
La educación ha debido ser adaptada y modificada de forma de que ellos puedan asimilarla, dado que ellos suelen creer que no es de primordial importancia, y la única forma que ha encontrado la “generación bisagra” de que superen los retos elementales ha sido ir reduciendo gradualmente y ablandando las exigencias y los requerimientos en deterioro del nivel educativo.
Respecto del sexo, para esta generación simplemente se trata de una diversión en la que no existen responsabilidades, aún cuando implique la concepción de un bebé de por medio; en tal caso, probablemente alguien se hará cargo de él, tal vez mamá o la abuela. O en el peor caso, que exista aborto libre y pagado por el Estado.
A muchos de ellos no les interesa cuidarse y a muchas de ellas no les afecta para nada abortar; es más, aún lo consideran como un derecho a la libertad personal sin respetar el derecho a la vida del futuro bebé.
Tampoco muestran escandalizarse ni tener en claro las diferencias entre géneros, y miran a la homosexualidad como algo absolutamente natural e incluso una manera selectiva con la cual autodefinirse como “distintos e inteligentes”.
La antigua costumbre de los escarpines celestes para los bebés varones y los rosas para las mujeres ya no va más; ahora se ha transformado en escarpines amarillos, y cuando el bebé crezca, veremos qué colores prefiere y decide adoptar, cuando a veces, sucede que sin sentirse acomplejado, elija ambos colores en forma alternativa o en simultáneo, uno distinto en cada pie, da lo mismo, y aún incluso no colocarle ninguno.
Dejando de lado la neutralidad con la que he intentado analizar el tema, me duele que esto suceda, porque mis viejos parámetros me están gritando que se está desvalorizando el amor; si el amor predominara, nada de esto sucedería.
De todas formas, esta nueva generación, los Millennials, aún camino a la adultez, necesita para sobrevivir del apoyo no solamente moral sino material de sus padres, a quienes critican porque los consideran obsoletos y fuera de juego, pero no escatiman oportunidades para servirse de ellos.
“Mamá, planchame la camisa porque esta noche voy a salir; papá, necesito el auto para ir a tal lado”. Los padres y los jóvenes abuelos, hoy en día, son considerados simplemente como proveedores resignados pero como fría retribución, su opinión carece de importancia porque “se trata solamente de cosas de viejos”. Existe una gran dosis de egoísmo que ha reemplazado al amor familiar.
Por TV hace días escuchaba a una de sus representantes declarar alegremente y muy desenvuelta que “nosotros vinimos a romper con todo lo viejo”. Este ejemplar reconocía que tenía la mitad de la carrera de Psicología aprobada, pero que hacía años que la había abandonado; para que no sonara tan mal, decía que tal vez pronto la iba a retomar.
La escuché detenidamente porque en verdad ella se creía muy convencida de su propio discurso, y se mostraba eufórica y muy segura de lo que decía, pero en ningún momento pude captar intenciones clarar de “reconstruir” en lugar de sólo demoler, de nuevas propuestas que reemplacen a las viejas, de hacer un mundo mejor corrigiendo los viejos errores, de encontrar soluciones originales a los problemas ya conocidos.
Sinceramente, me dio pena su falta de proyectos, porque no la imaginé trabajando, estudiando y llevando adelante un hogar esforzadamente como las “viejas” mujeres de la generación Bisagra.
Lo realmente preocupante es la evidente fragilidad interior que se observa en ellos; algunos pocos representantes más serios de su generación que he tenido el honor de conocer más profundamente, más maduros y responsables, intentan comprenderlos, los aceptan y aún un poco a regañadientes, protestan contra ellos un poco pero intentan protegerlos y facilitarles el camino, porque de otro modo, ni aún terminarían el colegio secundario.
La deserción se hace natural ni bien se encuentran con alguna dificultad, dado que no se caracterizan por tener disciplina ni espíritu de sacrificio, y abandonan ese camino ante el primer obstáculo.
Ellos parecen carecer de la capacidad de comunicación hablada, a algunos se les traban las palabras cuando los mayores pretendemos dialogar con ellos; escriben con horribles faltas de ortografía y gramática de las cuales parecen estar muy orgullosos porque consideran haber creado un nuevo idioma, (de hecho un ejemplo es el lenguaje inclusivo) pero sin embargo viven pendientes día y noche de los mensajes de su celular, y naturalmente adoptan de inmediato “todes” los adelantos tecnológicos con una facilidad asombrosa.
Se caracterizan por actuar “en manada”, es decir, copian y modelan cuanta novedad encuentran y les parece atractiva, sin discernir si es valedera o no, y las consecuencias que pudiera acarrear; y para el desconcierto de “nosotros los viejos” se sienten especiales comiendo de una pala y bebiendo de un frasco recuperado de dulce de fruta.
Suelen cambiar de novio o de pareja como de calcetines, aparentemente sin rencores, y asimismo pueden retornar sin problemas con sus viejas relaciones o mantener la vieja a la par de la nueva; no tienen pruritos con la edad de sus acompañantes ni tampoco suelen hacer diferencias entre géneros, con tal de experimentar cosas distintas y pasarlo bien.
Dado que en el aspecto de adaptación a la nueva tecnología sus potenciales superan ampliamente a los míos, en las clases de la facultad que compartimos como alumnos, los observo con mucha atención para aprender de ellos y ver en qué medida puedo yo absorber algunas características positivas especiales que poseen de forma natural.
En mi caso, en edad de ser su abuelo, no resultan ser tan naturales pero ellos para mi sorpresa no oponen discriminación alguna y no tienen ningún problema de explicarme cuando ven que quiero incorporarme a su forma de jugar, en tanto yo respete sus códigos.
Estos Millennials parecen funcionar mejor en estado “tiro a tiro” que en ráfagas prolongadas; a veces, uno de sus “tiros” aislados presenta ciertos rasgos de genialidad, pero no pueden sostener el ritmo y mantenerse en acción durante un tiempo prolongado; parecen ser soldados muy aptos para un ataque sorpresa, pero no para sostener la batalla y mucho menos una guerra.
Estos nuevos niños han nacido con improntas de la “cuadratura Urano-Plutón” que funciona parcialmente similar a la mencionada en la generación de los años 60-70, pero “con turbocompresor incluido y escape mejorado”, lo que los vuelve tremendamente inquietos y disconformes; necesitan cambios, originalidad y espontaneidad, mostrándose sumamente renuentes al compromiso, la disciplina y el orden.
Como naturalmente sus estructuras natales contienen el conflicto Urano-Plutón, tanto los niños como los adolescentes parecen disfrutar de situaciones de pelea sin motivo aparente, agresiones gratuitas que ellos consideran como juegos, y transgresiones aventuradas de todo tipo y nivel de riesgo sin medir las consecuencias.
Ellos no se molestan en discriminar; parecería ser que su lema es: “localicemos una ley así podremos quebrarla, encontremos alguna estructura así podremos derribarla, identifiquemos algo estable así podremos desestabilizarlo”. Esta disposición se parece mucho a la generación de caos, situación en la que sus padres no podrían subsistir y menos proveerles su subsistencia.
Los adolescentes hacen tomas de las escuelas y las ocupan sin pedir permiso alguno, escuelas que sus padres pagan; ellos apoyan que no haya clases en lugar de exigir su derecho a ellas como garantía de su propio futuro, tienen hijos inesperados que entregan a sus padres para que los críen, hacen con sus cuerpos murales de tatuajes y se maltratan a través de innumerables piercings que nunca parecen dejarlos satisfechos.
Y ni hablar de la droga, que se ve notoriamente facilitada por la reciente entrada del planeta Neptuno en su Signo de regencia: Piscis, lo que representa la evasión, la cortina de humo, la fantasía, la mentira y los falsos profetas.
Este “ningún asomo de preocupación por su futuro” es justamente lo que más preocupa a sus padres; la disciplina, los límites, los compromisos y las obligaciones parecen ser consideradas como enemigos acérrimos. Ellos no planifican; ellos mejor, improvisan, y muchas veces, esto les sale bien sin hacerse demasiados problemas si es que les sale mal porque rápidamente consiguen evadirse.
Lamentablemente, cuando la generación mayor que los mantiene en pie se retire o desaparezca, será el momento en que ellos deberán hacerse cargo de muchas obligaciones para las que no se encuentran preparados ni tampoco se preocupan por prepararse.
Ese momento dará lugar a muchos conflictos internos, por lo que la profesión exitosa del futuro pienso que consistirá en ser psicólogo, ya que tal tipo de ocupación no promete quedar falta de trabajo.
Tristemente, una característica muy notoria es su escasa resiliencia ante las crisis y su ínfima capacidad de tolerar la frustración. Son sumamente frágiles; ante cualquier obstáculo que salga de lo normal se sentirán frustrados y eso los llevará a la depresión, al abandono, a la droga, al suicidio o al enojo y a la violencia.
Esto explica los atentados en locales bailables y escuelas secundarias donde se producen permanentemente matanzas de estudiantes y adolescentes de su misma generación, sin ningún aparente motivo; pero el motivo es subyacente y concreto.
La propuesta de asignar docentes armados en las aulas que se ha hecho en EEUU debería estar reemplazada, ya hace mucho, por modificaciones en las conductas ciudadanas en los hogares y escuelas, lugares donde el adolescente debe ser observado a fin de adelantarse a estas necesidades. Se trata de nuestros hijos, de nuestros nietos, del futuro de la especie humana y nuestra responsabilidad es mostrarles que la vida no se trata sólo de disfrutar “lo que pinte”, al decir de ellos.
La técnica adecuada no es reprimir ni tampoco imponer obligaciones, sino adaptar al hogar y a los sistemas educativos a las nuevas necesidades de los Millennials; del mismo modo ellos deberían ser estudiados como fenómeno social para así detectar sus necesidades, auspiciar sus potenciales, ayudarles a entender sus miedos y sus frustraciones, y encontrar una respuesta apropiada a las mismas, porque el problema se proyecta como muy serio, y reaccionar posteriormente (camino a eso vamos) ya no va a dar resultados.
Madres desesperadas acuden a consultarme cuando ya es tarde, y por eso mismo me dejan sin respuestas; entonces busco explicarles lo mejor que puedo: “Tú perteneces a la Generación Bisagra y tus hijos, a la de los Millennials”. “¿Pero qué hacer entonces con mis nietos?” me preguntan, a lo que suelo responder: “Lo que tu corazón te indique” apelando a su conciencia.
Es imperativo ir encontrando la manera de que “estos adolescentes niños” vean a sus mayores como aliados en lugar de verlos como sólo proveedores y a la vez enemigos de sus necesidades de libertad, haciéndoles comprender que la libertad es un logro y una responsabilidad, y no solamente un caos disponible libremente, porque si así lo ven, el sistema rápidamente los convertirá en esclavos engañándolos con los progresos tecnológicos, presentándoles siempre un nuevo “becerro de oro”.
Si por ellos fuera, con sólo un pañuelo verde abortivo ya se solucionaría su problema y su frustración; eso significa negarse a crecer, a asumir la responsabilidad de mantener la especie, a hacerse cargo de “ponerse en los zapatos de mamá y de papá”. Obsérvese la violencia desatada entre estos grupos y el colectivo general, que suena incomprensible y alienada.
La estrategia del Sistema ha sido siempre la misma, pero su eficacia no pasa de moda. Así se conquistó América, apropiándose de tierras, oro y plata a cambio de espejitos de colores; estamos ante una nueva colonización, pero a nivel mundial, y esta vez se trata de mentes, conductas y actitudes.
Con los años si ellos llegan a la conclusión de que en lugar de ser nosotros, sus mayores, los que podemos acompañarlos responsablemente, nuestra presencia les representara un obstáculo, pueden llegar a encontrar la manera de aislarnos y hasta incluso, eliminarnos. No falta mucho para eso, lo presiento.
Será suficiente con que alguien con el apropiado carisma los convenza de eso y decida guiar a la manada. Por eso, antes de que sea tarde (si es que ya no lo es), debemos hacer lo imposible por comprender, orientar y educar a nuestros Millennials, que a pesar de mostrarse tan despreocupados, interiormente se sienten aislados de la sociedad y sin siquiera entenderlo están sufriendo el síndrome del Patito Feo.
El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo
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