¡YO TENGO LA RAZÓN…!
– ¡Yo tengo la razón! –escuché que gritaba y repetía un hombre mayor parado en una esquina de la ciudad de La Plata, una tarde que caminaba por allí cuando yo vivía y estudiaba en dicha ciudad. El primer día que lo oí pensé que se trataba de algún loco de ésos que tanto abundan en las grandes ciudades y por lo tanto, no presté más atención al gritón y seguí caminando con una sonrisa burlona para mis adentros.
Claro, me dije, ése debe ser un loco como yo, pero qué bueno que se anima a gritarlo en una esquina en pleno centro, rodeado de gente; yo no hubiese podido hacerlo. Seguramente me hubiera muerto de vergüenza de sólo intentarlo.
Pero a la semana siguiente, pasando por el mismo lugar, volví a escuchar:
– ¡Yo tengo la razón! ¡Yo tengo la razón!
Me detuve de pronto sorprendido, y reflexionando un momento consideré que valía la pena ir a ver de cerca al valiente gritón, al menos para entender de qué se trataba. La gente pasaba a su lado y parecía no importarle, pero sin embargo, vi que uno de ellos se detuvo y le entregó dinero al hombre, mientras que éste le devolvía unas monedas y a continuación, le ponía un diario en las manos.
Por supuesto, allí comprendí la “razón” que tenía el gritón cuando pregonaba a voz en cuello: “Yo tengo la razón”, puesto que el diario que este señor vendía se llamaba justamente “La Razón”. Ahora volví a sonreírme, pero no burlándome de él sino reconociendo la picardía de este buen señor y su magnífica estrategia de venta; y también por mi ingenuidad al creerle su truco.
Pues bien, ahora me toca el turno de decirle a quien quiera escucharlo:
– ¡Yo siempre quiero tener la razón!
Y es cierto, uno de mis propósitos en la vida es siempre tener la razón, pero no el diario sino algo que definiré por oposición, algo así como decir: “Yo quiero no estar equivocado, siempre”. Y también he planificado mi estrategia para conseguirlo, para lo cual necesito de otro que esté dispuesto a rebatirme, por eso es que me encanta intercambiar opiniones.
Si encuentro a alguien que se oponga a lo que expreso, en lugar de intentar convencerlo de “mi verdad”, busco averiguar si sus argumentos respecto de “su verdad” son mejores que los míos al defender “mi verdad”, y a veces lo desafío a que me lo demuestre. Por supuesto que el otro sólo entenderá que busco ganarle en la discusión, como es lo normal en las personas, y expresará sus mejores argumentos. Pero yo aplico una variante.
Si a través de analizar sus argumentos llego a la conclusión de que estoy errado, en lugar de sentirme molesto, siento una gran alegría e inmediatamente me paso calladamente del lado del opositor; de esa forma, aún cuando me toque reconocer que estaba equivocado, paso así a tener la razón y compartirla con mi ocasional opositor. Pero feliz de salirme con la mía: tengo la razón, sea la mía o la del otro, no importa, pero ahora tengo la razón.
Ya he comprendido que en realidad debo sentirme sumamente feliz y agradecido de encontrar a quien me saque de un error, ya que tal vez en otra ocasión, ese concepto equivocado que yo tenía hasta ese momento me hubiese precipitado ingenuamente en otra situación errada con posibles pésimas consecuencias.
Es decir que desde ese momento de reflexión decidí “siempre tener la razón” al estar dispuesto a defender mi opinión o a invertir mi postura de inmediato no bien comprobara, o alguien me demostrara, que estaba equivocado, en vez de cerrarme y defender ciegamente mi razón, teniéndola o no.
Exijo a la otra parte con mis mejores argumentos a fin de que haga su mayor esfuerzo en rebatirlos, y así logro muchas veces ratificar lo que pienso o bien, rectificar al comprender que sus argumentos son mejores que los míos. En otras ocasiones descubro que desde su punto de vista, la situación se ve totalmente defendible, mientras que desde mi punto de vista pasa lo mismo; entonces busco negociar o al menos, consigo comprender a la visión de la otra parte y hacerme de otro punto de vista nuevo que antes yo no había contemplado.
Muchas veces cuando esto ocurre, sonrío al ver la expresión de sorpresa que pone mi opositor cuando en tal caso expreso “está bien, desde tu punto de vista es cierto, lo voy a pensar” luego de haber “luchado a brazo partido” por defender mi porción de la verdad. El beneficio es que ahora he logrado ampliar mi perspectiva sobre el asunto y eso me ha enriquecido.
De ese modo, en lugar de arribar a un punto de desencuentro rayando en una seria discusión, con ánimos caldeados, puedo llegar a la mejor conclusión, no importa si es mi verdad o la verdad del otro, pero se trata de la mejor versión de la verdad; y ahora la adopto como “mi verdad” hasta que surja una nueva oportunidad de cuestionarla.
Por tal razón, esta nueva verdad, para que siempre se encuentre lo más próxima posible a la verdad, necesita quedar permanentemente a disposición como “caso abierto” para ser revisada, actualizada y tal vez adoptada o rechazada.
Estoy seguro que ésa resulta la mejor manera de “siempre tener la razón”. Lo que no puedo asegurar es que aún estando seguro de ello, alguna vez vaya a pararme en una esquina a gritar “yo siempre tengo la razón”.
El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo
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