¿ALGUNA VEZ TE HAS PREGUNTADO: “POR QUÉ A MÍ”?
Sabemos que en la vida las cosas suceden por alguna razón, aunque la mayoría de las veces nos preguntamos ¿Por qué tuvo que pasar esto? y no obtenemos una respuesta segura, que no sea alguna idea que se nos ocurre respecto de la razón. Por allí, alguien es religioso y se responde: “Es una decisión de Dios” y tal vez con eso ya se conforma y se queda tranquilo.
Otro alguien cuya filosofía se incline hacia el pensamiento budista, se responderá a sí mismo como que el suceso es simplemente una manifestación de la vida que lo lleva a uno a esforzarse en superar esa situación a fin de evolucionar a través de esa prueba.
Una madre, tras un nacimiento con complicaciones inesperadas, manifestaba en un comentario de Facebook, que se preguntó en esa ocasión, ese “¿Por qué a mí?” y luego, en su dolor, recurrió a su fe y una vez superado el mayor trance, llegó a la convicción de que Jesús había salvado a su bebé.
Mientras leía sus palabras, volví atrás en el tiempo, unos treinta y cinco años, a una situación similar. Yo era joven y padre por primera vez, hacía pocos días. Había nacido mi hija, pero debido a problemas respiratorios y del corazón, aún estaba en incubadora. El diagnóstico que me dieron simplemente fue: “Tenemos fuertes sospechas de que su hija tiene Síndrome de Down”, palabras que me aturdieron dejándome en un estado colapsado hasta que pude reaccionar. Era el mismo caso que comentaba esta señora que he mencionado.
Cuando fuimos con el médico a llevar a la madre de la niña para verla en la incubadora, ella miró fijamente la cajita de acrílico donde se hallaba una criatura conectada a tubos y con la carita enrojecida, y de pronto, pronunció unas palabras que nunca olvidaré:
— Esa nena no es normal; yo no la quiero…
Tras eso, se dio media vuelta y regresó a su cama en la habitación de la clínica donde se había producido el parto. Ese día sentí como que había perdido a mi hija y también a mi esposa, que había quedado completamente sólo, porque hasta mis esperanzas me habían abandonado. De pronto me invadió un calor repentino y la adrenalina me hizo reaccionar, porque estaba en medio de una crisis de desesperación.
Algo dentro de mí se rebeló y sentí un inmenso rechazo hacia la madre, y un gran amor hacia mi hija, y en ese momento dije: “No importa, doctora, yo la voy a criar, a como sea”. Y todos los días me quedaba horas mirando esa cunita y a la beba que al pasar de los días iba mostrando síntomas de ir recuperándose. Sólo me dolía el hecho de que la veía tras el vidrio de la sala, en su incubadora, y yo necesitaba sentirla en mis brazos, contra mi pecho, porque sabía que esa niñita necesitaba de mi calor y de mi amor.
Una mañana, en mi trabajo, perdido en mis pensamientos referidos a esa situación, me sentí inmensamente solo y entonces, brotó en mi mente la pregunta: “¿Por qué a mí?” en la esperanza de encontrar una respuesta pero con la inmensa tristeza que me ocasionaba la situación.
De pronto, sentí como una voz serena, firme, impersonal, se hizo una respuesta indudable dentro de mi cabeza, que me decía:
— ¿Y por qué no a vos?
Increíblemente, eso me serenó, calmó mi desesperación e inundado de humildad concientemente me hice eco de la pregunta y repregunté: “Claro… ¿Y por qué no a mí?”. Me dije que si había un cierto porcentaje de nacimientos de esa forma, a alguien “le tenía que tocar”, y entonces… ¿Por qué no a mí? Pero todavía ni tenía idea de lo que iba a suceder en el futuro.
No comprendí en ese momento la sabiduría que estaba a punto de adquirir a través de esa experiencia, porque sentía como que sobrevivir a todo, consistía sólo en hacerme cargo de esa niña, fuera como fuera y terminara todo como terminara, no importaba, pero en ese momento ese pensamiento era mi prioridad.
A medida que fue pasando el tiempo, mi hija se recuperó de su soplo al corazón, y fue creciendo y superando sus problemas de salud. En un primer momento tuve que tomar un curso acelerado sobre la marcha, sobre tener que ser padre y madre para mi hija, lo que me desconcertó un poco, pero de a poco fui asentándome en mi nueva ocupación, y mi nuevo aprendizaje. Al pasar de los años, me sentí feliz de haber experimentado el tener que aprender a ser padre y madre de una beba que además tenía problemas de salud muy complicados, experiencia no concedida a cualquier hombre.
En ese entonces no tenía idea de todo lo que tenía que comprender sobre la vida, pero mi hija me fue enseñando… a APRENDER A AMAR… A LO “IMPERFECTO”, título de un libro que tengo escrito y a punto de publicar. Hay una cierta ironía en el título, ironía que está dirigida hacia mi actitud tan crítica, previa a ese momento y se refiere a la parte final: A LO “IMPERFECTO”… porque hasta ese momento yo sólo amaba a aquello que era bello y se acercaba a la perfección; y mi hija no era bella ni se acercaba a la perfección. Es muy fácil amar a lo que es perfecto, pero ésa es una muy limitada forma de amar.
Por fortuna, fue una gran lección, un tremendo aprendizaje a través del dolor y a través del amor. Y desde entonces, esa voz siempre me responde cuando mis interrogantes son extremos, con una sabiduría y una calma que me impresiona y me llena de respeto, porque me doy cuenta que no sale de mi mente, sino que llega a ella.
Más tarde fui aprendiendo que cada crisis trae consigo una oportunidad de oro; que cuanto más grande la crisis, más grande la lección y el aprendizaje en el camino de la humildad y del amor. Y ese suceso, además, también me condujo hacia profundizar en la Astrología Kármica, porque sentía sobre mi relación con mi hija, como que había mucho entre nosotros, pero que venía desde atrás.
Y con el tiempo, fui constatando ciertas intuiciones, y llegué a comprender quién había sido yo y mi parentesco y trato con mi hija, anteriormente, y porqué estábamos tan relacionados en esta vida actual; y así, aprendí también, como me enseñó en otra ocasión, esa voz calma y certera, a “dar la bienvenida” a lo que se presentara a mi vida, sin prejuzgar, sin miedos, sin ansiedades.
Mi hija había elegido aprender una gran lección de amor, y a la vez, enseñarle a su padre y a su madre, porque con el tiempo, la madre se fue acercando a la niña, y acercándose a ser madre, sin temor, sin prejuicios.
Por eso aprendí a no preguntarme nunca más “¿Por qué a mí?” sino a recibir con los brazos abiertos a todos los sucesos que ocurren en mi vida, algunos de ellos habiendo sido aparentemente incomprensibles y de enseñanzas muy duras, pero que luego trajeron consigo invaluables aprendizajes. Más adelante, mis Guías, al responder sobre porqué esa niña me había elegido como padre, dijeron: “Porque ella necesitaba amor incondicional”.
Y así también, con ello, aprendí a no sentir miedo sino curiosidad. No temo al día de mañana sino que mi actitud hacia él es como cuando uno se acostumbra a seguir una serie de TV o una novela, en la cual siempre se queda esperando saber cómo ha de continuar, en la expectativa de aprender algo nuevo, de comprender algo que hasta hoy ha sido algo no del todo cierto.
Y eso otorga confianza, seguridad hacia sentir que uno va a poder hacerse cargo de la misión que sea porque tras ello siempre hay una oportunidad, una autovaloración y un nuevo aprendizaje que cada día nos hace mejores personas. Así fue, duramente pero también felizmente, como aprendí que el amor vuelve innecesaria esa pregunta: “¿Por qué a mí?”.
El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo
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Claro; nunca es ¿Por qué me pasa esto? Es ¿Para qué? Para que yo vea ¿qué?, para que me dé cuenta de qué. . . para que yo aprenda ¿qué? Gracias, es una maravillosa experiencia de Amor puro. Te abrazo.