LA PRISIÓN O LA LIBERTAD (Cuento)
Una mañana de primavera abrió sus ojos por primera vez a su realidad, y a través de la pared de alambres acertó a contemplar el mundo exterior, a descubrir su contenido; le asombró la variedad de objetos que lo rodeaban y su entorno le pareció inmenso, espacioso, pero sin embargo, cuando sintió el impulso de alcanzarlo comprendió que el límite de alambre no se lo permitía.
Abrir los ojos a nuestra realidad es el principio de la libertad. Por naturaleza, todos manifestamos estar a favor de la libertad; pero lo difícil es determinar responsablemente los límites del concepto de libertad y saber exactamente qué hacer con ella cuando la conseguimos.
La libertad no es solamente física, sino mental; si no tenemos libertad mental no podemos lograr ser libres en ningún otro sentido porque siempre estamos apegados a algo que nos ancla y que no nos permite fluir.
Tras ese despertar, comprendió que era la primera vez que tomaba clara conciencia que existía un mundo fuera de su mundo. Eso lo dejó un poco perplejo, porque no supo bien si la jaula era para que no pudiera escapar o si era para su protección respecto de ese animal peludo que parecía descansar sobre la silla pero que lo miraba fijamente, inmóvil y relajado, pero listo para dar el salto y apoderarse de él.
De pronto sintió hambre y pareció recordar que por allí cerca siempre había un platillo con comida, la que le pareció comprobar esta vez que tenía sabor y era sustanciosa; todos los días comía del mismo platillo, pero esta vez, sentía que tenía un gusto particular… evidentemente, recién hoy había despertado y era su primer descubrimiento respecto de tener conciencia de sí mismo y de su alrededor.
Hizo un esfuerzo y recordó que desde siempre se encontraba en esas mismas condiciones, pero como estaba acostumbrado a que su mundo llegaba hasta los límites de la jaula, y adaptado a su constante ritual, su felicidad consistía en sólo cantar.
Poco a poco se fue dando cuenta que justamente esa cualidad que poseía lo hacía valioso, porque cuando lo hacía, los seres a su alrededor lo miraban de una manera especial, y hasta el animal peludo de la silla, se fijaba aún más atentamente en él.
Pero ahora parecía tener plena consciencia de su alrededor más lejano, trascendiendo el reducido mundo de los barrotes de alambre. Comenzó a observar cómo era el exterior más allá de los alambres y sintió deseos de explorarlo, pero inevitablemente, al pretender levantar el vuelo, chocaba contra los alambres. Los alambres parecían formar una barrera imposible de atravesar, no importaba cuántos intentos hacía para trascenderlos.
Quedó reflexionando y se inclinó a beber unos sorbitos de agua; entonces se le dio por pensar que todos los días había comida y agua fresca disponibles, justo después de que pareciera abrirse la barrera de alambres en un sector por donde entraba una mano y se encargaba de abastecerlo.
Y entonces comprendió; estaba protegido por los alambres pero a la vez encarcelado por ellos. Entendió que sus límites estaban fijados por esos alambres, esos malditos alambres que no le permitían volar pero que se convertían en benditos cuando el animal peludo saltaba rondando la jaula.
Se relajó y se dio cuenta que su supervivencia por ahora estaba asegurada, pero que el precio de ello era sólo comportarse como siempre, dentro de los límites de la jaula, y cantar. Sólo cantar y cantar. Todo a su alrededor parecía detenerse cuando lo hacía, el tiempo parecía no transcurrir, y cuanto más se entregaba a su canto, más se convertía en el centro de atención, y más elevado se sentía sin saber que eso que sentía era el sentido de libertad.
Era algo que no podía impedir, más allá de su estado de ánimo, soltaba su canto al aire y éste sí podía trascender la pared de alambre. Pero él no podía volar físicamente tras el sonido de su canto. Allí comprendió que su canto era libre, pero que él no lo era.
De repente, tomó conciencia de que en la pared alguien había abierto un hueco, que más allá de la jaula había otro mundo, pero que más allá de ese mundo interior había un tercero, un exterior que parecía ilimitado, y comenzó a observarlo cuidadosamente y a tratar de entender cómo era.
Parecía agradable, con formas verdes y raras que se movían graciosamente a un ritmo que no acertó a determinar porque era muy silencioso.
Él así tomó conciencia de los árboles y de la brisa de primavera, sin saber exactamente lo que eso era pero le pareció sumamente atractivo. Era algo muy diferente de lo que había experimentado hasta ahora y sintió fuertes deseos de explorarlo, pero en todos los intentos, la barrera de los alambres se lo impedía.
De pronto, el animal peludo de la silla se levantó lentamente, se encaramó a la abertura y luego de unos instantes de contemplar el exterior, desapareció a través de ella. Allí entonces él comprendió que ese animal tenía una posibilidad que él no tenía, y en ese momento fue que descubrió el concepto físico de la libertad.
Quedó parado en el palito que atravesaba la jaula, mirando atentamente lo que sucedía en el exterior, en esas ramas verdes que se movían suavemente a un ritmo que le era desconocido. En ese momento, pudo escuchar otro canto, no tan afinado como el suyo pero acompañado por otros, más alegres, más vivaces, antojadizos y alocados.
Una pequeña banda de gorriones estaba jugando y revoloteando frente a la ventana, y volaban y saltaban de rama en rama persiguiéndose alegremente en un juego que le pareció sumamente divertido.
Se preguntó entonces si eso sería la felicidad; si eso tal vez sería el estado deseable que él no disponía, encerrado y limitado por su jaula. Por un momento y por primera vez, sintió tristeza, al darse cuenta que él estaba preso mientras que los otros ejemplares similares a él, tenían libertad de volar, de jugar, de saltar de una rama a la otra y de desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, tras el leve “rrrrrrrr….” que producían sus alas al volar.
Él nunca había escuchado que sus alas hicieran ese ruidito, y le fascinó la velocidad que alcanzaban y la movilidad de que disponían esos otros pájaros, que aunque no parecían tan vistosos como lo era su capa dorada, disponían de algo que él nunca había tenido: el dinámico albedrío de la libertad.
Al rato, llegó la noche; afuera todo su fue oscureciendo, la ventana fue cerrada y sin embargo, en el entorno cercano a su jaula, permaneció la luz; el gato volvió a su lugar acostumbrado, y la mano que acostumbraba a servir su agua y su alpiste, cubrió su jaula con un paño, señal de que la jornada había concluido.
Le costó dormirse, porque recordaba sus impresiones del día. Dado que era la primera vez que se fijaba en ello, el animarse a dejar volar su conciencia más allá de los alambres, hacía volver a su mente los movimientos de aquellos semejantes que disponían a su antojo de una libertad que él no poseía, y que les permitía jugar tan despreocupadamente entre esas hojas verdes que bailaban en el mundo exterior al entorno de su jaula.
Luego se hizo el silencio, la oscuridad, y entonces, sin darse cuenta, se quedó dormido.
Al otro día, se despertó cuando retiraron el paño que cubría su jaula, que él creía que era para encerrarlo aún más pero que en realidad lo protegía de las artimañas del gato, que siempre estaba atento a sus movimientos.
Sintió hambre y sólo tuvo que inclinarse a comer unos granos; sintió sed y solamente necesitó acercarse al recipiente del agua; y cantó, y canto, y siguió cantando… porque después de todo ¿Qué otra cosa puede hacer un canario que no sea cantar dentro de su jaula?
De pronto, se le ocurrió una idea. Ciertos hilos de alambre desaparecían cuando la mano entraba a la jaula a renovar su agua y su comida; tal vez sería posible volar y escapar por esa entrada aprovechando un descuido de la mano.
Tomó coraje, esperó ansioso la oportunidad y así lo hizo, y en un instante se encontró volando por la habitación, un poco desorientado porque desde afuera las cosas se veían como en otra dimensión, pero entusiasmado porque habían desaparecido los límites de la jaula de alambre.
En un momento de su alocado volar, recordó la abertura que comunicaba hacia el otro mundo exterior y sin dudar, giró para ubicarla y hacia ella se dirigió. Pero en ese instante, el animal peludo de la silla saltó con una agilidad que él nunca había sospechado que tenía, y por un momento, pensó que sus garras lo atraparían.
Pero no, apenas lo rozaron y entonces él escapó por la ventana, sintiendo algo que antes nunca se había apoderado de él. En esa oportunidad, conoció la libertad y a la vez, el miedo.
Él nunca había sentido el miedo, y eso se entremezclaba con la emoción de poder volar sin límites, lo que lo dejó sin aliento y decidió pararse en una de las ramas del árbol del jardín para tomar un respiro.
En eso estaba cuando observó al animal peludo saltar hacia el borde de la ventana y de allí, agazaparse con la intención de saltar hacia la rama en la que él estaba parado; esto lo llenó de desesperación y sólo atinó a desplegar nuevamente sus alas, huyendo hacia otra rama más lejana.
Y así transcurrió la tarde, saltando de rama en rama, hasta que llegó la noche. El canario había encontrado la libertad ansiada, pero ahora estaba afuera, soportando un frío en la oscuridad para el que no estaba preparado, en la desprotección de una rama, a merced de los habitantes de la noche, entre ellos, los gatos.
En un momento, sintió hambre y entonces recordó que su comida estaba dentro de la jaula, al igual que el agua. La noche lo rodeó y volvió a sentir esa horrible sensación que sufrió cuando lo amenazaba el gato: el miedo. La inseguridad de la intemperie lo apabulló y esa noche, que le pareció interminable, no pudo dormir.
A la mañana siguiente, observó desde el árbol, que la ventana volvía a abrirse, dejando ver su jaula con el agua y la comida. Ésa había sido su prisión, pero también su seguridad; ahora estaba en libertad, pero hambriento e inseguro sin saber si sobreviviría al instante siguiente.
Volvieron los gorriones con sus juegos y sus inarmónicos silbidos, pero sin embargo, lo ignoraron por completo y se dedicaron a revolotear y jugar entre ellos. Entonces, el canario se sintió muy infeliz, él no estaba preparado para esa clase de vida; y tras pensarlo detenidamente, tomó la determinación de volver atrás en su aventura.
Ésta es la razón por la que muchos canarios regresan a sus jaulas, porque no están preparados para vivir la libertad y afrontar los riesgos de los gorriones, bajo el frío en la noche y a merced de los gatos que no descansan, y además teniendo que buscar su sustento por sí mismos.
El canario comprendió entonces que aún no estaba listo para madurar, para autoabastecerse, para aprender a defenderse del peligro, de la soledad, de la inseguridad. Muchas personas pasan por lo mismo, y sufren mucho durante su pasaje de canario a gorrión, en su camino de maduración.
Y aún así, al igual que nuestro canario, prefieren permanecer en su prisión dorada; en la vida, entonces, caben dos posibilidades: la vida del canario, con sus comodidades, o la vida del gorrión, con sus riesgos, pero con la libertad.
Te darás cuenta que esta narración ha sido sólo una reflexión motivacional; ahora, piensa que en algún momento deberás decidir entre la prisión, pero con la comodidad del canario, o la libertad, pero con la inseguridad del gorrión, cuando la mano de la crisis te induzca a salir de tu zona de confort y te obligue a asumir tus responsabilidades.
¿Ya lo has hecho? ¿O todavía estás en duda si elegir entre la prisión o la libertad? Piénsalo bien; ser libre es una aventura que se vive día a día, en la que la única seguridad que existe es la seguridad que puedas tener en vos mism@. Sin embargo, sobre todo la libertad mental, es una experiencia que no tiene precio.
El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo
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