¿QUÉ VALOR TIENE LA DESCALIFICACIÓN?
– Yo no creo en la Astrología. El caballero lo expresó directamente con sentimiento de total autoridad, a lo que yo pregunté:
– ¿Usted ha estudiado Astrología? ¿Conoce bien de qué se trata?
– No, no estudié, pero no creo para nada en esas supercherías.
– Y si no sabe cómo funciona la Astrología, si no la conoce… ¿Cómo afirma que no cree? ¿Con qué autoridad la califica como superchería?
– Porque yo no creo en eso.
Obviamente que era inútil recomenzar el mismo diálogo, desde el principio, porque el señor me estaba diciendo en pocas palabras, que él no creía en la Astrología simplemente porque no creía en la Astrología. Y afirmaba además, aunque que no sabía bien de qué se trataba, que él estaba seguro que era una superchería. Hay mucha gente así, lamentablemente; como también hay gente que se cree todo aunque no sabe bien donde lo escuchó o quien lo dijo.
Este diálogo suena tal vez a cómico, o si se quiere a algo sonso, pero aunque no se crea, es real, y en mis casi 30 años de desempeño en la Astrología muchas veces he debido lidiar con esto.
No me voy a referir a la validez cierta o falsa de la Astrología porque ya lo he dejado bien en claro en otro artículo anterior; en esta ocasión, intento analizar la validez de la DESCALIFICACIÓN.
Descalificar significa “quitar la autoridad, la capacidad o el buen crédito” a lo que uno se esté refiriendo. Es decir, intentar rebajar su importancia, minimizar la calidad de su manifestación, desestimar el valor de aquello a lo que la persona se está refiriendo.
Por la misma definición se deduce que para que alguien se encuentre en condiciones de “quitar la autoridad” necesariamente debe estar situado en una posición más elevada en cuanto a autoridad, poder o conocimiento por sobre aquello a lo que pretende descalificar.
Por ejemplo, nos dice que alguien que no tiene conocimientos sobre la biología, no está en condiciones de descalificar o quitarle autoridad a un biólogo, o que quien no conoce de leyes, no puede descalificar a un abogado.
Por otro lado, respecto de “el buen crédito” referido en la definición, al incluir la palabra “crédito” se refiere a creer, es decir, hace mención a una creencia. Si buscamos el significado de “creer” encontraremos que se trata de “considerar una cosa como posible o probable, pero sin tener certeza absoluta sobre ello”; es decir, en palabras más sencillas, estamos emitiendo un juicio o una opinión de algo sobre lo cual no sabemos exactamente si es así o si no lo es.
Esto nos lleva a un callejón sin salida. Significa que “creer o dar crédito” a algo, implica que estamos opinando sin realmente conocer sobre ese algo, lo que razonando un poco nos deja en una posición incómoda, ya que lo que decimos puede o no tener sentido; no lo sabemos a ciencia cierta, no tenemos certeza absoluta, por lo que cabalmente no estamos en condiciones de afirmarlo o de negarlo emitiendo una opinión responsable.
Pero sin embargo, hay personas que porque simplemente se les antoja creer o no creer en algo, están dispuestos a afirmarlo o a negarlo sin admitir discusión. Obviamente, no impera en este caso el menos común de los sentidos: el sentido común.
Resumiendo entonces, cuando alguien descalifica a algo o descalifica a la opinión de otro alguien, necesariamente debería estar muy documentado y tener la autoridad y el conocimiento suficiente como para opinar con certeza a favor o en contra. Culpable o inocente, mucha gente elige calificar o descalificar en forma caprichosa simplemente porque cree o porque no cree.
Por lo tanto, CREER ES UNA COSA, LO QUE NO SIGNIFICA SABER, QUE ES BIEN OTRA.
Cuando uno cree, confía y supone. Cuando uno sabe, tiene la absoluta seguridad de haber comprobado personalmente que es tal cual así como lo ha verificado. Y en la descalificación por simple creencia, la persona suele opinar sin preocuparse en conocer el real peso de su opinión. Esto es obvio que trae implicada cierta dosis de soberbia y de ignorancia.
Caso tal como cuando Poncio Pilatos dejó a la decisión de la multitud sobre si Jesús era o no culpable de algún delito, y si debía o no ser ejecutado; y luego se lavó las manos en señal de desentenderse sobre la responsabilidad del asunto.
Todos conocemos esta historia con mayor o menor detalle, y nos parece una iniquidad, una injusticia, y sin embargo, es común que la gente repita sin mayor preocupación ese juicio livianamente sin tener pruebas, volviendo a condenar lo que puede ser verdad y luego, lavarse las manos sin hacerse responsable de lo que acaba de decir. De ese modo, Jesús en Su representación de la Verdad, vuelve a ser ejecutado livianamente a cada rato, y aquí no ha pasado nada.
¿Cuál es la definición sobre este tema de la descalificación? La conclusión debe alcanzarse después del análisis de lo que significa “descalificar”, posteriormente a revisar el significado de “creencia”, así como hacer referencia a lo que representa “tener autoridad”.
Esto nos indica que la descalificación solamente está en condiciones de realizarla aquella persona cuya capacidad y nivel de conocimientos le permita saber y asegurar “con certeza absoluta”, según la definición, que un asunto es válido o deja de serlo.
Por lo tanto, es obvio que la validez de la descalificación está ciertamente limitada a la calidad y cualidad de quien la emite. Y por lo general, como la gran mayoría de las personas se limita a “creer” en lugar de preocuparse por “saber”, la descalificación que pueda emitir ante tal o cual tema que no es de su pleno conocimiento, es muy probable que no tenga validez alguna y sólo sirve para poner en evidencia al individuo como irresponsable o poco digno de confianza.
Esto me recuerda una conversación en la que una persona, autocalificándose como “libre pensador”, manifestó una vez no creer en la interpretación del Tarot. Un libre pensador es justamente alguien que piensa, investiga, busca pruebas, se arma de evidencias, compara y corrobora hasta llegar al meollo de la verdad de un asunto, es decir, adquiere el conocimiento suficiente y necesario tal que le permita conseguir la autoridad como para discernir lo cierto de lo errado en referencia a dicho asunto.
Un libre pensador no puede basar sus expresiones en una creencia sin tener certeza absoluta sobre el asunto en cuestión. O bien, al basarse simplemente en sus creencias, lo cual es incompatible con ser un libre pensador, entonces lo descalifica como “pensador” debido a la incongruencia o contradicción entre conceptos.
Por lo tanto, en este mundo actual tan saturado de creencias, calificaciones y descalificaciones, no podemos sanamente preocuparnos por lo que opine tal o cual, sino que yendo por la nuestra deberíamos movilizarnos hacia investigar y discernir entre tanta charlatanería, formarnos y documentar nuestra opinión, liberándonos de la condena de la descalificación ajena que tanto abunda y que tanto daño hace cuando la persona que la recibe no está advertida.
Muchas veces la descalificación la emite alguien con la intención de rebajar nuestra autoestima, por la sencilla razón de que no ha logrado estar conforme con el nivel de su propia autoestima, revelando este sentir íntimo suyo ante los demás sin darse cuenta que lo hace, y evidenciando su padecimiento del Síndrome de Procusto (artículo publicado en este mismo blog, para quien quiera conocer más del tema) que lo lleva necesariamente a nivelar hacia abajo porque reconoce íntimamente su incapacidad de sobresalir.
Sin embargo, la descalificación ajena no siempre tiene resultados negativos; para quien sepa ver, dicha descalificación puede revelarnos con claridad con qué clase de persona nos estamos relacionando y de esa forma nos permitirá tomar referencia; esta referencia también será útil como patrón de crecimiento propio y es beneficioso aprovecharla porque para eso nos manifestamos dentro de un grupo social, que nos permite por reflejo moderarnos y modelarnos, es decir, controlarnos y al mismo tiempo, darnos forma propia.
El aprender a moderarnos y a modelarnos a nuestra voluntad, mejorará nuestra autoestima y de ese modo, las descalificaciones pasarán a ser solamente opiniones, con ningún otro valor que justamente eso: lo que opina Juan o lo que opina Pedro, que no necesariamente representan la autoridad de la absoluta certeza.
Ante la afirmación descalificadora de alguien, yo suelo responder: “Eso tiene sólo el valor de tu opinión”, lo que no admite discusión por constituir una “verdad de Perogrullo” (si se desea, ver el artículo al respecto).
De esa forma, le quitamos el poder ficticio que tiene esa descalificación, que justamente señala que “alguien” pretende suprimir nuestra credibilidad o confiabilidad enarbolando falsas señales que justamente buscan obtener el poder para sí.
Esa persona pretende obtener poder a través de nuestra creencia en tales manifestaciones, que de ser tomadas en serio, nos conducirán justamente al callejón en el que busca arrinconarnos quien nos descalifica con el fin de robarnos energía y posicionarse por encima de nosotros.
Muchas veces la descalificación representa un cierto grado de agresión solapada que busca sutilmente que caigamos en la trampa, de llegar a creer que dichos conceptos descalificadores ajenos son ciertos.
Aunque es mucho más antigua, se le suele atribuir a Joseph Goebbels, el jefe de propaganda nazi de Hitler, la frase: “Miente, miente, que algo quedará”; esta frase, aunque hija de la mentira, siempre resulta ser verdad. Y representa una sucia estrategia que SIEMPRE dejará algún resultado en la mente de quien no sabe discernir.
La descalificación, entonces, representa una patética herramienta de dudosa reputación utilizada en muchos casos para manipular a alguien de forma solapada, que como toda manipulación se asocia a un juego de obtener poder al que no deberíamos prestarnos.
No podemos engancharnos con ese juego de poder porque de todas formas, siempre saldremos perdiendo ya que no hay nada que ganar; sólo perderemos el tiempo y las energías, salvo que seamos conscientes de ello y decidamos divertirnos buscando determinar hasta donde el manipulador es capaz de llegar.
Pero de consentir esta clase de transacción, sería como acceder al juego de intentar limpiar al cerdo en el corral del cerdo, en el cual nunca lograremos dejar limpio al cerdo pero sin duda que de cualquier forma, dejaremos nosotros de estar limpios, porque el corral en sí ya es una herramienta a favor del cerdo. Será muy difícil dejar limpio al cerdo, pero seguramente será imposible salir limpios de esa tarea.
Como toda manipulación, el juego se trata de manejo de poder. El poder está sumamente ligado al hambre de amor; el poder arrebata porque siente que necesita, el amor brinda porque siente que tiene para dar.
Quien busca poder lo hace debido a que íntimamente posee una autoestima maltratada, es decir, mucha necesidad de amor por sí mismo, que al no comprender cómo brindárselo a sí mismo le hace sentir ese vacío permanente que lo lleva a sentirse un poco mejor robándoselo a los demás.
Cierta vez, una persona cercana me confesó que si ese día no lograba obtener ventaja de alguien, a la noche no podría dormir. Y al observar su conducta durante cierto tiempo, comprobé que en efecto era tal cual lo manifestaba. Esta persona es lisiada y se desplaza por medio de dos muletas desde su infancia, lo que le hace sentir inferior y limitado ante los demás, a los que de un modo u otro, siempre intenta doblegar o bien, robarles alguna ventaja.
Pero nada suple al amor que podamos darnos a nosotros mismos por lo que ese vacío nunca se colmará, lo que nos indica que el manipulador es muy difícil que abandone ese vicio y retome el equilibrio. Para su propia desgracia, resultará siempre un hambriento insaciable; de amor, de poder o de dinero.
El amor, astrológicamente, está representado por la influencia del planeta Venus que también, en una primera instancia desconcertante, es significador del dinero. Cuando Venus, el benefactor menor, se expande hasta alcanzar su máxima expresión se manifiesta similarmente a la acción de Júpiter, que se conoce como el planeta benefactor mayor, el que todo lo brinda.
Contrariamente a esa cualidad de brindarlo todo, se encuentra lógicamente el defecto antagónico de “arrebatarlo todo” que está representado por Plutón; Plutón es el planeta universalmente relacionado con la manipulación.
Es decir, el manipulador busca arrebatar amor a su entorno, amor que no ha sido capaz de darse a sí mismo y que puede que no haya sido capaz de ganarse. El manipulador siempre buscará vampirizar a sus cercanos hasta dejarlos secos y moribundos, convencidos de que no sirven para nada.
Esto puede llegar a hacerlo de muchas maneras, pero en general, lo realizará siempre en primera instancia mediante arteras y sutiles estrategias, pero si no lo consigue, se sentirá tan contrariado que se inclinará a la violencia. Por lo tanto, se hace necesario que identifiquemos claramente a este tipo de manipulación, llamada “descalificación” para no prestarnos a su juego.
Cuando intentamos responder a la descalificación mediante una reacción en la que enarbolamos nuestros antecedentes de forma de dejar en claro nuestras acreditaciones, el manipulador, en su juego de poder, nos responderá sonriente que “nos mostramos soberbios” a fin de que nos sintamos con la obligación de reducir nuestro nivel de energía, y entonces, el manipulador echará mano del desnivel poniéndolo a su favor.
Esta reacción dejará al descubierto la maniobra oculta del manipulador. Entonces volvemos a la pregunta: ¿Es negativa la descalificación? No siempre, todo va a depender de que la sepamos utilizar a nuestro favor, para poner al descubierto a un manipulador y alejarnos de su influencia. Lo importante aquí es identificar a qué clase de juego se está jugando y entonces, no prestarse a ceder esa energía que busca que le entreguemos, el malintencionado autor de la descalificación.
El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo
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