DEBEMOS ACEPTAR EL FRACASO?

Si hay algo a lo que secretamente todos en mayor o menor medida tememos, es el fracaso. Si realmente queremos hacerle frente a esta contrariedad primero deberíamos comprender exactamente qué es lo que significa fracasar y además, las consecuencias que acarrea esto cuando se produce. El fracaso ocurre como resultado adverso de aquello para lo que hemos invertido energía en la idea de que saliera bien, de lo que esperábamos un rédito y en cambio hemos recibido un desengaño y a veces hasta nos ha producido una pérdida.

Obviamente, si consideramos al fracaso desde este punto de vista, es altamente justificable que le temamos. No temerle sería una inconsciencia, pero temerle sería un autosabotaje a nuestras aspiraciones. El fracaso debería ser tomado como una circunstancia, que como tal depende del momento y de otros factores imponderables que generalmente no dependen de nosotros o que sí dependen pero que no hemos sabido contemplar y darles su valor apropiado.

Por lo general, representa una calificación peyorativa el expresar: “Fulano es un fracasado”. Aquí estamos aseverando que Fulano pertenece al bando de los perdedores porque no muestra ser capaz de triunfar en lo que intenta. Pareciera que el mundo se divide entre ganadores y perdedores; éste es un tema que merece mayor análisis pero que en realidad sólo se trata de una consecuencia de la actitud que se tenga ante la vida.

Podríamos contemplar tres actitudes humanas frente a esta situación: el pesimista, el optimista y el realista. Como ejemplo sencillo, podríamos decir que el pesimista es el que ve el vaso a medias vacío, mientras que el optimista lo considera medio lleno. ¿Y cómo lo vería el realista? El realista no se involucrará en el juicio; simplemente verá un recipiente que se puede terminar de llenar o por el contrario, uno puede terminar de vaciar, y lo tomará impersonalmente, es decir, en forma objetiva. El tema no le hace sentir nada ni le provoca ninguna clase de emoción o sentimiento porque le otorga simplemente el lugar que merece.

Hay quienes dicen que el pesimista es aquél que piensa que si las cosas no se dan es porque él no se encuentra a la altura de lograrlas; allí, él está cometiendo el error de involucrarse y mira hacia adentro echándose la culpa de no conseguirlas. Inversamente, opinan que el optimista será aquel que piense que el fracaso se debe a circunstancias exteriores y momentáneas, pero no se incluye a sí mismo dentro del tema del fracaso.

¿Y el realista? El realista ACEPTARÁ EL FRACASO y lo considerará como que faltó algo o se hizo algo equivocado, y se dispondrá en sana curiosidad a insistir en el sentido de descubrir qué fue lo que no estuvo a la altura necesaria e intentar una nueva experiencia.

El realista además, no se dejará caer ante el fracaso ni saldrá a festejar por el triunfo, porque lo considera como una consecuencia lógica de un accionar equivocado o correcto, según sea el resultado obtenido. El realista, no bien ha logrado una meta, subir un escalón, ya estará poniendo la vista en el escalón siguiente, preguntándose qué le traerá esa nueva experiencia y acopiando la sabiduría obtenida después de haber logrado la anterior.

Pero en este proceso, la clave estará en ACEPTAR en forma objetiva y disponerse a aprender de la experiencia. Siempre tengo a mano un ejemplo particular que representa la actitud realista, el de la lamparita de Edison. Thomas Edison, fue un inventor norteamericano (1847 – 1931) que patentó numerosos inventos, algunos fruto de su trabajo, otros robados de sus colaboradores, entre ellos el croata Nikola Tesla (1856 – 1942). Como persona Edison fue un personaje muy cuestionado pero como inventor, precursor y comerciante fue realmente destacado.

Los competidores comerciales e industriales de Edison no lo apreciaban, al contrario, y cuando lo encontraban le preguntaban con sorna: “¿Cómo está yendo su investigación sobre la bombilla incandescente (lamparita)?” a lo que él sabiamente respondía: “Ya he encontrado cerca de 100 formas en las que no se puede construir”.

Esta respuesta resulta muy objetiva e inteligente. Edison era acuariano y esto lo favorecía en cuanto a la capacidad de inventar e innovar, pero no le ayudaba a ser bienvenido en lo social debido a su actitud fría, manipuladora y solitaria.

Edison no se fijaba en los 100 fracasos sino que los tomaba como 100 experiencias que no debía repetir puesto que había comprobado que no daban resultado; detrás de su fría respuesta les estaba diciendo a sus competidores: “Yo les llevo 100 experimentos de ventaja”, y además: “Estoy en el camino”. Gracias a su obcecada voluntad, al final logró reconocer al wolframio (tungsteno) como el elemento capaz de resistir las elevadas temperaturas alcanzadas al volverse incandescente, requisito esencial para brillar y emitir luz.

En este caso, Edison no contabilizaba sus 100 fracasos sino que los consideraba como 100 experiencias positivas que a medida que aumentaban iban reduciendo sus posibilidades de fracaso y aumentando proporcionalmente sus perspectivas de triunfo. Edison no era un optimista, era un realista.

En otro artículo mencioné que en conversación con mis Guías Espirituales, cuando les pregunté: “¿Qué es aprender?”, Ellos respondieron: “Interrogar y disponerse a escuchar la respuesta”. No se trata solamente de “interrogar” o “interrogarse”, sino de DISPONERSE a escuchar la respuesta, es decir, a estar dispuesto a adquirir conocimiento en forma objetiva, no importa que tonalidad tenga dicha respuesta, si nos gusta o si no nos gusta.

Pero sí predisponerse con mente abierta a recibir dicha información por la que estamos preguntando, porque pocas veces los Guías se van a preocupar por endulzar las respuestas aunque muchas veces las rodean de una atmósfera benébola a fin de que no sean rechazadas por quien interroga.

Pero más allá de que tengamos o no la inspiración necesaria para que nos ayude en la prosecución de nuestro objetivo, aceptar de buen grado la experiencia de fracasar considerándola “una forma más de aprender el cómo no puede obtenerse el resultado deseado” es una actitud realista y beneficiosa. Nos ayuda a conservar la esperanza de intentarlo de otra manera, en la curiosidad de ir aprendiendo cómo es la correcta receta para hacer la torta y que resulte apropiada.

El primer requisito es aceptar de corazón y no dejarnos resentir, defraudar, frustrar, enojar, y utilizar en cambio la energía que pondríamos en esas actitudes en alcanzar el resultado. Esto es aconsejado por alguien que en su juventud un día rompió enfurecido a puntapiés a una computadora que no daba los resultados esperados; esto significó tener que comprar otra computadora y además, conseguir un dedo mayor del pie quebrado que tardó años en sanar y que luego de tantos años aún hoy me lo suele recordar.

El hecho de aceptar el fracaso significa en pasado “he fracasado” en lugar de “soy un fracasado”; tal como he relatado el incidente de la computadora y del pie, aprendí de ello a aceptar y a intentar nuevamente de otra manera.

El sentimiento de frustración es destructivo y conspira contra nosotros mismos, nos vuelve temerosos, amargados y nos quita la autoconfianza; en otras palabras, nos convierte en perdedores, para nuestra propia desgracia. Dejemos de lado el amor propio, el sentimiento de pérdida y la negación, es mucho mejor aprender a aceptar el fracaso.

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

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