EL AMOR EN LA NATURALEZA

Un invierno pregunté a la Nieve:

     —¿Para qué cubres con tu manto blanco a la montaña? Y ella entonces me respondió:

     —Es mi forma de hacer el amor con ella; verás que nuestros hijos asomarán a la vida cuando llegue la primavera…

Seguramente has sentido paz en el silencio de la Naturaleza. La quietud, los colores, la equilibrada percepción de que todo tiene su luegar exacto; a nadie se le ocurre cambiar esta montaña aquí y poner la otra allá. Solamente… admiramos, aceptamos, recibimos una sensación que nos llama al silencio interior.

Esa sensación no es otra cosa que el recibimiento de la Madre Gaia, su contención, su amor. A veces nos sentimos pequeñitos admirando lo grande que es aquel cerro, lo caudaloso que es ese río, lo profundo de este cañón. Y podemos admirar la alegría con la que los pájaros parecen estar ocupados todo el tiempo, a veces jugando entre ellos, persiguiéndose, o simplemente viajando hacia algún lugar… no sabemos donde.

Cuanto más nos integramos, mayor es la sensación de soledad/compañía que sorprende. ¿Estamos solos? ¿O estamos acompañados? Siempre estamos acompañados mientras estamos en contacto con la Naturaleza, siempre hay multitud de seres vivos compartiendo ese espacio en el que nos creemos solos, solo porque no hay otras personas.

Y tampoco estamos solos, aunque en ese momento creamos estar solos, porque estamos con nosotros mismos, con nuestra voz interna. Y quisiéramos devorar con los ojos esa distancia hasta allá, que se nos antoja demasiado grande para nuestros pies, pero adecuada para nuestros sueños.

Y quizás lleguemos a percibir que, como dicen los nativos de la zona: todo tiene su dueño. Cada piedra, cada arroyito, cada árbol… ellos dicen que tiene dueño. Y que deberíamos pedir permiso al dueño del lugar si quisiéramos permanecer un momento a descansar, sentados en una piedra, o a la sombra de un árbol. Todo tiene su dueño, y por lo tanto debe ser respetado.

Porque si no hay respeto, no puede haber amor. Y aunque la Naturaleza nos ame como sus hijos, no podemos recibir ese amor desinteresado, puro, tan sutil. Respeto en el sentido en que todo debe quedar allí como lo hemos encontrado. Por alguna circunstasncia, eso está donde está. Multitud de seres Elementales nos están observando porque ellos son los que cuidan, los que protegen, los que ayudan al crecimiento de las plantas.

Ellos habitan el lugar cuando el lugar está alejado del hombre, ésa es su casa. Y no les gusta que hagamos daño gratuito a las plantas, a los animales, a los pequeños insectos que pululan por ese lugar. Porque no tenemos el derecho de hacerlo.

Pero si somos respetuosos, entonces podremos percibir el amor que hay en todo ese conjunto armonioso, y podremos abrirnos a recibir de él… y entonces cuando regresemos y recordemos, vamos a decir “que hermoso, que paz, que silencio” y pensaremos… ¿será ése el Paraíso? Y en cierta forma, sí, es el Paraíso del amor de nuestra madre Gaia, y estar compenetrados con ella es lo que nos deja la sensación de paz, de contención.

Podremos sacar fotos, podremos filmar en la zona, pero nunca sentiremos lo que sentimos en ese lugar físico. Siempre a estos soportes de datos, como las fotos, por ejemplo, les falta algo, algo que sólo se puede respirar en el lugar, estando presentes allí. ¿Qué es? Es el amor de la Naturaleza.

Protejamos, no provoquemos interferencias, no destruyamos la armonía, no quebremos el silencio, no hagamos ningún daño… y recibiremos el amor de Gaia y sus custodios, y su sanación. Porque la Naturaleza sana a nuestros dolores del alma y de allí, a los dolores del cuerpo. Es el efecto del amor de la Naturaleza… Profesor Leo.

 

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