NO QUIERAS ENSEÑARLE A CANTAR AL CHANCHO PORQUE…
Hace algunos años escuché del ya fallecido psicoterapeuta hindú Tony de Melo (virginiano como yo, con dos días de diferencia) una frase que a menudo se menciona en su país, y que por sencilla y popular, no deja de contener una enorme sabiduría:
NO QUIERAS ENSEÑARLE A CANTAR AL CHANCHO… PORQUE NO SOLO NO VA A QUERER APRENDER SINO QUE SE VA A ENOJAR.
Esta frase me ha rondado por la cabeza desde entonces y tras muchas verificaciones he comprobado que es absolutamente cierta; no con chanchos, por supuesto, sino con seres humanos. Por supuesto que sé que tú, que estás leyendo esto, no eres un chancho; lo tengo absolutamente en claro porque de otro modo no lo estarías leyendo…
Dado que he caminado los senderos místicos desde varias vidas anteriores, ya desde los 17 años nació en mí una sed de búsqueda espiritual que no se ha apagado nunca, sino que, por el contrario, se ha incrementado.
Y en esa búsqueda he perdido (o tal vez no) años de mi vida intentando hacer que muchos “chanchos” aprendieran a “cantar”, y comprobando personalmente la frase de Tony (lo llamo así por lo cercano que lo siento y lo valiosa que ha sido para mí su filosofía) finalmente he comprendido mi error.
Confieso que me he sentido frustrado, decepcionado, entristecido y hasta enojado tras haberle señalado a mis cercanos, amigos, hijos, quienes han sido mis parejas, mis padres, mis seres queridos… las trampas peligrosas del camino en el ferviente deseo de advertirles para que no cayeran en ellas. Para luego presenciar horrorizado, cómo se precipitaban sin prevención alguna en ellas.
Tras más de 20 años de consultor, aconsejando y orientando a gran cantidad de personas que han concurrido a mi consultorio a buscar respuestas a sus problemas, he comprobado con decepción que muchas de ellas con gran satisfacción me han comentado que justamente les pasó tal cual yo les había predicho. Como si así hubiera yo cumplido con mi misión: predecirles que iba a caer en ESE pozo.
¡Felicitándome por mi acertada predicción!
Justamente se los había advertido no para que me consideraran un profeta, sino para que evitaran caer en el pozo que acababa de señalarles que había más adelante en su camino. Pero, lejos de comprender, siguieron su camino tal como venían, cayeron en el pozo y luego me consideran genial porque todo salió como yo les había dicho.
“No te equivocaste en nada… me separé, tuve un choque con el auto, me enfermé, etc…” ¡Por todos los Santos! Sin saber el dolor y la decepción que eso me causa, porque yo buscaba que comprendieran que debían esquivar el pozo, no seguir derecho a caer en él.
Es muy común que el buscador típico, cuando encuentra una respuesta, se entusiasma y se desespera intentando transmitir a los demás su descubrimiento a fin de llevar luz y alivio a los que podrían servirse de los resultados de su descubrimiento. Esto es muy normal, él/ella quiere beneficiar al otro/otra con una luz para que despeje la oscuridad en la que el otro camina.
Él/ella, busca desesperadamente que los otros entiendan el resultado de lo que ha descubierto a fin de que no caigan en la misma trampa que él/ella ha caído, a fin de evitarles el sufrimiento y la mala experiencia; esto es un fenómeno normal entre las personas generosas y bienintencionadas. Pero nada es más inútil que eso cuando no se entiende la vida. Nada es más frustrante.
Varios años atrás le indicaba a mi hijo: “Cuidado hijo, porque allí hay un pozo, no vayas a caer en él”. Al tiempo lo veía haciendo equilibrio en el borde del pozo, y alegremente gritándome: “¿Viste? Te equivocaste… ¡No me caí!”. Fue entonces cuando decidí no advertirle más sobre nada, porque justamente comprendí que lo estaba poniendo en peligro en lugar de ayudarlo.
Hasta hace algún tiempo me torturaba con el pensamiento de que toda una vida de estudio y búsqueda espiritual no me han servido para ayudar a quienes más he querido, y la sensación miserable y ruinosa en la que me he dejado sumergir por este pensamiento no puedo describirla con palabras; es en verdad, tristísima, frustrante, angustiante…
Haber señalado y predicho no solo la forma sino los tiempos en que se iban a producir los hechos no ha impedido que estas personas queridas se precipitaran justamente de esa forma y en ese tiempo, hacia lo que yo justamente pretendía evitarles.
En cierto caso de una época muy dolorosa, consulté a mis Guías para que me orientaran respecto de cómo ayudar a mi propia esposa, a quien amaba profundamente, porque estaba viendo que se le venía la noche encima. Ellos me respondieron, seca y definidamente, atándome las manos: “Sólo depende de ella”.
Y así fue, nada sirvió, ni promesas, ni ruegos ni advertencias, ella caminó indiferente hacia el borde del precipicio y sin inmutarse, se arrojó en él. Todo sucedió tal cual se lo había prevenido. Mi propia esposa desafiaba mis conocimientos, viendo con sus propios ojos que concurría gente a mi consultorio, pagando la consulta, para ser orientados.
Pero, además, según ella, su caída “fue mi culpa” y no su propia irresponsabilidad. La última parte del proberbio popular de Tony: “… no sólo no va a aprender, sino que se enojará”
Más tarde, dolido y angustiado por esta situación, volví a preguntarles, por segunda vez. Me respondieron secamente: “No le sirve que la ayudes, deja ya de interferir, ése es su camino y ella debe aprender a ser responsable por su vida caminando sola por él”, lo que yo ya sabía pero me negaba a aceptar.
Mientras tanto el Tarot me lo indicaba: su sufrimiento, su dolor, su resentimiento… y eso me obligó a preguntar más tarde, una vez más, la tercera, si no había acaso alguna forma de ayudarla… Esta vez sólo me dijeron una palabra, seca, dura y definitiva. Cuando pregunté… “¿Qué puedo hacer por ella?” me respondieron, como con un mazazo en la nuca: “OLVIDARLA”
Por supuesto que estuve muy confundido durante unos meses, hasta que me llegó la comprensión cabal (Gracias Tony, donde quiera que te encuentres) de la frase:
“No quieras enseñarle a cantar al chancho, no sólo no va a querer aprender, sino que se va a enojar”
Sin aplicar el sentido peyorativo de “chancho”, la frase se aplicaba exactamente a mi situación, por lo que puse mi esfuerzo en lo que me dijeron mis Guías, nada más… olvidarla.
Hay que fijarse, que recién a la tercera vez, fui capaz de salir de mi encierro mental (y de mi dolor) y asimilar la realidad, mientras continuaba luchando por una causa perdida, y además, lo peor del caso, INTERFIRIENDO en el destino de alguien que evidentemente debía pasar por ello, a pesar de mis esfuerzos por rescatarla y evitarle la situación en que hoy se encuentra.
Y entonces, ayer pensé justamente en este blog, en mis artículos que suelen estar inspirados en situaciones reales que le ocurren a las personas que vienen a consultarme y que escribo en la esperanza de poder llevarles un poco de claridad adicional, que tal vez en el tiempo de consulta no sea suficiente, además de que la persona está en un estado en el que pedirle que comprenda la profundidad de la situación en ese momento, tampoco es justo.
Me pregunté, un tanto enojado conmigo mismo: “¿Es que estoy nuevamente pretendiendo enseñarle a cantar al chancho?”. Y en eso estaba cuando vino la respuesta… Ellos me responden sorpresivamente porque yo tengo la costumbre de hablar en voz alta, cuando estoy solo, y eso, naturalmente, los habilita a intervenir:
“No todos son chanchos” respondieron, lo que me estaba indicando evidentemente seguir con la esperanza de hacer que alguien se sirva de lo que escribo.
Paralelamente, en el marketing (tema que siempre menciono porque es una de mis especialidades y hay en él una enorme dosis de psicología aplicada) se considera que es un éxito en tu campaña si envías 1.000 mails de los cuales 50 son abiertos y leídos, interesan a lo sumo 20 y de esos 20, tal vez con suerte, te acepten o te compren 10. Estamos hablando de una tasa “muy exitosa” del 20% de apertura y otra “muy satisfactoria”de conversión del 1%, y sin embargo, se la considera una tasa efectiva de conversión.
Y así sucede en el campo espiritual… “Muchos serán los llamados pero pocos serán los elegidos”. En realidad, nadie los elige, ellos mismos se eligen y lo hacen en pleno derecho de su libre albedrío, tanto para esquivar el precipicio como para lanzarse en él.
Debo confesar que hace años, decidí cerrar mi consultorio, aún ante pedidos muy puntuales que me expresaban, “haga una excepción conmigo, no importa lo que me cobre”. Allí cometí una injusticia con ese 1%, y por supuesto, conmigo mismo, frustrado y decepcionado de que las personas siguieran caminando hacia el precipicio a pesar de haber sido advertidos claramente.
Sí, cometí una injusticia por ignorancia, por no estar en condiciones de soportar el comprender que sólo puede ser ayudado el que quiere ayudarse. Y la ignorancia trae consigo cierta soberbia, porque debería haber recordado que el mismo Jesús hacía caminar a inválidos que luego seguían viviendo su miserable vida en lugar de cambiar y volvían a caer inválidos, porque en eso estaban instalados.
Si Jesús lograba esa tasa mínima de conversión… de los miles a los que habló consiguió sólo 12 apóstoles… ¿Quién cuernos me creía que era yo? Lo que puedes estar pensando: Un estúpido soberbio ignorante.
Entonces de pronto comprendí lo inútil de haber aconsejado a mis hijos, a mis ex-esposas, a mis amigos en el buen sentido; ellos debían vivir su propia vida, su experiencia personal. Mis Guías me dijeron en una ocasión, respecto de mi hijo: “Él sólo comprenderá cuando él sea padre”, y no me quedó otro remedio que bajar la cabeza y aceptar lo que como padre, nunca hubiese querido aceptar.
Y bien, así comprendí finalmente que no debemos interferir y que la boca del maestro sólo debe abrirse luego de que se haya abierto el oído del alumno; que nadie escuchará sin molestarse una sugerencia que no ha pedido, que posiblemente rechazarán una ayuda que ellos no consideran necesaria, aunque esté a la vista que lo es.
Pero también me dio nuevas fuerzas para continuar con mi consultorio, con los artículos del blog, pero esta vez con la prudencia de no pretender enseñarle a cantar al chancho; sólo al “chancho” que ha pedido que se le enseñe a cantar. Ése es probablemente el único que aprenderá a cantar, porque se ha abierto a comprender que necesita que le ayuden a aprender.
Hoy, justamente acabo de recibir este mail, que redondea mis pensamientos de esta semana, a propósito de lo que he escrito:
“Hola Leo , como estas?
Todo este tiempo me quede pensando muchas cosas, me fui con muchas más preguntas que respuestas, tendríamos que seguir avanzando para que uno se pueda ir conociendo aún más en los temas tanto espirituales como en el vida cotidiana.
Te mando un saludo cordial y en la semana te vuelvo a escribir.”
¡Aleluya!¡Un “chanchito” que quiere aprender a cantar! ¡Excelente!
Éstas son las alegrías que tiene la vida…
Bendiciones. Leo
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